Esperaban frente a mí dos mujeres. Entre el olor dulzón del pan caliente y el zumbido de las aspas del ventilador que colgaba del techo, percibí el rumor de mi …
Esperaban frente a mí dos mujeres. Entre el olor dulzón del pan caliente y el zumbido de las aspas del ventilador que colgaba del techo, percibí el rumor de mi cosecha del día. Cuando sé que se acerca, su construcción invisible, escucho con sigilo.
—Ya los siento acá, vos —le dijo una a la otra—. Los años calan, no se dejan ignorar.
—¿Dónde acá?
—En la espalda. Cuando hace frío me agarran calambres. Ayer ya ni salí a ponerles su agua a los zanates porque no me podía agachar.
—Pero si vieja no estás, querida — respondió la que parecía de mayor edad—. Esperate a que llegués a mis primaveras y platicamos.
—¡Ja! Ni me digás. ¿Y vos? ¿En qué parte del cuerpo sentís el tiempo?
***
de materia de aire pesado y dulce
Idea Vilariño
Si el tiempo tuviera cuerpo, quizás no tendría que servirse del nuestro para suceder.
El tiempo derrama su devenir sobre la corporalidad, en ella se sostiene para reafirmar su existencia, a costa de la caducidad de todo lo que vive en cuenta regresiva. Pero ¿en dónde corroe mi sensibilidad?, ¿en qué pliegues me atraviesa?, ¿a través de qué tejidos palpita?
Percibo su tránsito por las noches, cuando antes de dormir me hago consciente de los dolores que bajo el sol ignoré. Cuerpo a cuerpo el tiempo erosiona la vida. Conmigo, empezó por el rostro. Lo veo pulular debajo de mis ojos. Ahí anidan las horas, no piden permiso para hacer de mis cuencas un hogar.
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En momentos más ligeros, puedo contar los días en mi cabello que crece. Cada nueva espiral que me nace emula las cuentas de un ábaco. Las corto como gesto de liberación, de transformación. Caen al suelo, pero el tiempo persiste: también se aferra a la caída, y a las grietas.
A la luz de las horas, la vida se ofrece como futilidad; el futuro, como descomposición; el espacio, como depredador cómplice; la piel, como única vía para palpar el mundo saboreable, o bien, para saborearnos como mundo. Tibia, frágil y cierta, la piel se extiende para sostener a la humanidad y su condición temporal inescapable; o al tiempo y su condición epidérmica innegable.
Aunque atravesada por la historia, la materia que habito —y soy— es ancla y vela por igual. En mis poros adheridos al acontecer también encuentro treguas, donde la viscosidad de las estaciones parece lavarse.
Solo esta materia humedece la miel reseca de mi mirada. Solo en este pecho —casi vencido— sé conocer la temblorosa calidez de otras manos. Solo desde este cuerpo he sido cuerpos. Solo en esta corteza temporal soy textura, tejido común y meliflua brevedad.
Tal vez la humanidad nació para aguja minutera. Tal vez el tiempo no nos invade el cuerpo, pero se constituye corpóreo en nosotrxs. (Tal vez somos un paréntesis agotado).
María José Lara,
escritora y docente. Ganadora del II Certamen de Poesía Joven Sión Editorial. Ha publicado varios libros de poesía.
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