Las muertes evitables
México: La muerte que rompió el corazón de una familia
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La historia de Daniela Saucedo es la de cientos de mujeres embarazadas en México que han perdido la vida durante la pandemia a causa de la COVID-19, pero también es una ventana para ver el sistema de salud que ha ido del estancamiento al retroceso.


Texto: Carmina de la Luz*


−No te me acerques, mami; me siento mal, traigo tos y me da miedo que sea ‘otra cosa’. 

El temor de Daniela Saucedo a la COVID-19 era tal que ni siquiera se atrevía a llamar por su nombre a la enfermedad. Así lo narra su madre, Beatriz Rodríguez Almaguer, quien visitó a Daniela el 21 de diciembre de 2020, justo cuando la recta final del tercer embarazo de su hija coincidía con el inicio de la segunda ola de la pandemia en México. 

Hasta esa fecha, el informe técnico diario de la Secretaría de Salud registraba que se habían acumulado 1,325,915 casos y 118,598 defunciones por COVID-19 a nivel nacional. Además, el país enfrentaba una alerta de mortalidad materna desde cinco meses atrás, con la COVID-19 como primera causa, de acuerdo con el reporte de muertes maternas correspondiente a la semana epidemiológica 28 de ese año.  

Por ello, “con base en estudios y resultados de la vigilancia de COVID-19 que indican mayor riesgo en las mujeres embarazadas de presentar formas graves de COVID-19 y por ende, de ser hospitalizadas y admitidas en Unidades de Cuidados Intensivos”, en agosto de 2020 la Organización Panamericana de la Salud exhortó a México y al resto de sus Estados Miembros a redoblar esfuerzos en todos los niveles de atención sanitaria. 

Pese a estas iniciativas, en México la Razón de Mortalidad Materna (RMM) en 2020 aumentó 46% respecto al 2019, lo cual significó un retroceso de una década, según el Observatorio de Mortalidad Materna. Lo más alarmante es que en 2021 el fenómeno ha empeorado, pues la RMM alcanzó en enero un pico de 80.5 muertes maternas por cada 100 mil nacidos vivos, representando un incremento de 181.8% respecto al mismo periodo en el año inmediato anterior. 

Una mujer que amaba ser madre

Daniela, su esposo Jonathan y sus dos hijos (Dany Fer, una niña de cinco años, y David, un niño de tres) se habían mudado de Saltillo a Monclova, ambas ciudades del estado de Coahuila, al norte de México. Ahí Daniela y Jonathan iniciaron una nueva vida como profesores de un colegio particular y dieron la bienvenida a una nueva integrante de la familia que crecía en el vientre de ella.  

Beatriz, al igual que el resto de la familia de Daniela, siguió viviendo en Saltillo y en junio de 2020 se enteró que tendría otra nieta. El anuncio le dio gusto, pues sabía cuánto amaba Daniela ser madre. Sin embargo, también le generó preocupación, ya que los embarazos previos de su hija habían sido difíciles y esta vez no estaría cerca de ella para cuidarla. Además, en ese momento la población comenzaba a saber que la COVID-19 significaba un peligro particular en las embarazadas. 

Tristemente, los recelos de Beatriz cobraron un rumbo que marcaría a la familia entera. “Cuando la vi en diciembre, ella ya había ido con un médico particular de Monclova porque llevaba varios días con malestares, batallaba para hablar, tosía mucho y su respiración no era normal”, recuerda, “no sé quién fue ese médico ni quiero saberlo, y no entiendo por qué no le sugirió hacerse una prueba Covid e ir al hospital si Daniela estaba embarazada”.  

Para Beatriz y otros miembros de la familia, dicha omisión fue la primera de una serie de negligencias de las que resultó siendo víctima Daniela. No obstante, desde la perspectiva médica, casos como el de esta mujer de 30 años son muy complejos en el contexto de la crisis sanitaria y es difícil asignar responsabilidades. 

“El miedo a la transmisión del virus, a ser hospitalizados y a la intubación fue muy común en todos los pacientes de Covid, incluyendo a las embarazadas, y provocó que muchas se acercaran a los servicios de salud de forma tardía, aunque tuvieran síntomas”, señala Claudia Mariana Pérez Martínez, ginecoobstetra en la clínica privada de la mujer Reina Madre en Ciudad de México. 

Otro factor que ha contribuido a los cientos de historias como la de Daniela es la falta de un tratamiento médico específico. “No hemos tenido ningún fármaco con el que supiéramos que iba a disminuir el riesgo de complicaciones”, advierte Pérez Martínez, quien durante ocho meses trabajó en el Centro de Atención Temporal del Autódromo Hermanos Rodríguez, también en Ciudad de México, donde llegaron a atenderse más de 8 mil personas con COVID-19.

La especialista añade que asimismo hubo errores de diagnóstico, sobre todo al principio de la pandemia: “frecuentemente llegaban mujeres embarazadas con cuadros que no parecían COVID-19, sino enfermedades hipertensivas, con coagulopatías o datos de falla renal, y la confusión retrasaba el adecuado diagnóstico de la infección”. 

Inclusive, en su actualización de agosto de 2021, la Guía Clínica para el tratamiento de la COVID-19 en México, advertía que “síntomas como la disnea [es decir, la sensación de falta de aire], la fiebre, los síntomas gastrointestinales o la fatiga debidos a las adaptaciones fisiológicas de las mujeres embarazadas, los acontecimientos adversos del embarazo u otras enfermedades como el paludismo, pueden coincidir con los síntomas de COVID-19”.

Con la finalidad de contrarrestar estas dificultades, en abril de 2020 la Secretaría de Salud publicó el Lineamiento para la prevención y mitigación de COVID-19 en la atención del embarazo, parto, puerperio y de la persona recién nacida. El documento se ha ido actualizando con base en la evidencia científica disponible, y a partir de la versión 2 empezó a reconocer los efectos diferenciados de esa enfermedad en las mujeres embarazadas. Sin embargo, hasta ahora sigue sin contar con indicadores de desempeño, y al respecto las autoridades federales no han respondido a las múltiples solicitudes de comentarios que se les hicieron en el contexto de esta historia. 

Ayuda, “no puedo respirar”

Para el 24 de diciembre Daniela se sentía tan mal que no pudo estar con sus seres queridos en la celebración de Nochebuena. Vía telefónica, su padre, Marco Saucedo Prado, insistió al otro día que fuera a hacerse una prueba para diagnóstico de COVID-19. El resultado al test rápido, tanto de Daniela como de Jonathan, fue positivo. 

“Yo estaba en Saltillo con mi actual esposa y mi hijo pequeño, y cuando supe que Daniela tenía COVID me alarmé”, cuenta Marco, a quien desde ese instante lo embargó la impotencia. “No sabía qué hacer, si ir a verla a pesar del riesgo de contagio o quedarme en casa a esperar noticias”, añade.   

Era Navidad y Marco no era el único que debía tomar decisiones. Toda la familia se hallaba en una encrucijada. Daniela y Jonathan pensaron que lo mejor era aislarse en Monclova mientras Beatriz llevaba consigo a los niños de vuelta a Saltillo. El viaje duró dos horas y media, el mismo tiempo en el que Daniela experimentaba síntomas de COVID-19 cada vez más fuertes. Finalmente, el día 26 se comunicó con su madre y le dijo:

−Mami, Jonathan y yo vamos a ir al hospital donde están atendiendo casos de Covid. 

“En todo hospital Covid, los médicos tenemos la obligación de recibir a las mujeres embarazadas con un triaje respiratorio para ver su estatus y se debe valorar el estado del embarazo con ayuda de un equipo de ultrasonografía”, explica Zarela Chinolla Arellano. 

Con triaje esta especialista gineco-obstetra del Centro Médico Nacional La Raza se refiere al sistema de selección y clasificación de pacientes con sospecha de COVID-19, y agrega que “si son casos asintomáticos, que llegan porque alguien cercano dio positivo o tienen síntomas muy leves, entonces se les puede enviar a casa para monitorearlas desde ahí y citarlas a los 14 o 16 días. Pero si son casos moderados se tienen que quedar a valoración, y si son casos severos definitivamente no las podemos mover”. 

Daniela y Jonathan buscaron ayuda el 26 de diciembre en el Hospital General de Zona número 7 del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), con sede en Monclova. Jonathan fue enviado de regreso a su domicilio para manejo ambulatorio de la infección, pero Daniela tuvo que ser internada. 

“Aunque Daniela llevaba su prueba positiva y un reporte de síntomas que a lo largo de una semana no habían hecho otra cosa más que agravarse, el personal de salud le insistía que la sensación de falta de aire no era por Covid, sino porque la bebé se había volteado, y con el cambio de posición le estaba presionando los pulmones”, asegura Marco Saucedo. 

Contra toda expectativa, Daniela fue dada de alta 24 horas después. Este hecho sorprendió a la familia, ya que para ese entonces se había acumulado evidencia científica sobre la relación de la COVID-19 y un riesgo mayor de muerte materna durante el tercer trimestre del embarazo.

“En ese periodo las pacientes sí tienden a mostrar complicaciones de la enfermedad debido a que la respuesta inflamatoria que desencadena el Covid se suma a la restricción respiratoria generada por el embarazo”, declara la especialista Claudia Mariana Pérez Martínez.

Por su parte, al escuchar el caso de Daniela, a Zarela Chinolla le extrañó que la decisión de los médicos haya sido enviarla a casa, y supone que pudo haberse debido a la escasez de recursos para la atención de todos los pacientes Covid. “Yo creo que esto sucedió en el 100 por ciento de los hospitales del país; no tenían insumos suficientes y hubo baja de personal, ya sea porque se ausentaron debido a sus propios factores de riesgo o porque también se enfermaron”. 

Entre la angustia y la alegría

Daniela volvió a su casa el 27 de diciembre y aguardó a presentar alguna mejoría, lo cual nunca sucedió. Luego de dos días, ante el agotamiento y la persistente dificultad para respirar que jamás había experimentado en sus otros embarazos, decidió buscar una segunda opinión. 

Llamó a su tío Enrique, un médico intensivista que había trabajado con pacientes Covid en el Hospital General de Saltillo y que también se había debatido entre la vida y la muerte debido a la enfermedad al inicio de la pandemia. La respuesta de él fue tajante: “regrésate al hospital y exige que te internen”. 

Justo antes de reingresar al Hospital General de Zona número 7 de Monclova el 29 de diciembre, Daniela llamó a Marco y le dijo:

−Quiero que sepas que estoy bien, papi, y voy a salir adelante. 

“Esa fue la última vez que la escuché, con esa voz a la que le faltaba el oxígeno”, reconoce Marco. A partir de entonces, poco sabe la familia acerca de lo que sucedió con Daniela, pues los reportes de su estado de salud eran muy escuetos. “Nos decían que estaba bien atendida y medicada”, apunta su padre. “Mi hermano Enrique me decía que me fuera preparando porque el estado en el que había llegado Daniela era muy grave”, describe su madre Beatriz. 

Lo que está claro para todos es que Daniela empeoró, y por ello el 30 de diciembre una gineco-obstetra del hospital indicó la cesárea de emergencia que aseguraría el bienestar de la bebé y permitiría un mejor manejo de la madre. 

Sobre este tipo de intervenciones, la especialista Zarela Chinolla Arellano destaca que “cuando las pacientes tienen cuadros de Covid moderados o graves no están en condiciones de hacer trabajo de parto, y por ello, si ya están cerca de la fecha de término del embarazo, es mejor operar y evitar problemas como falta de líquido amniótico o sufrimiento fetal”. 

Afortunadamente la pequeña Debanhi, quien según Marco Saucedo heredó la sonrisa y personalidad cautivadora de su mamá, nació muy sana. Ese día Jonathan alegró a todos aún más con el reporte de que Daniela se encontraba “estable y en observación”, pero la esperanza de que se recuperaría duró poco. 

Alguien realmente especial

Luego del nacimiento de su hija Debanhi, Daniela Saucedo permaneció en el área Covid del Hospital General de Zona número 7 de Monclova, donde su pronóstico pasó de mal a peor, por lo que alrededor del 3 de enero comenzó a recibir cuidados intensivos. Fue entonces cuando conoció a un enfermero que para efectos de esta historia prefiere mantener el anonimato. 

Él relata que “en esa época había demasiada afluencia de pacientes en el hospital y, así como llegaban, muchos también se morían. Estábamos sobresaturados, el oxígeno se acababa, los ventiladores estaban al tope, era una situación muy estresante”. 

El enfermero acepta que, si bien no recordaba cuál era el nombre de Daniela, ella como persona está afianzada en su memoria. “En este trabajo uno conoce a todo tipo de gente, hay pacientes enojones, otros alegres, y esta muchacha tenía algo especial, no se le veía malicia, irradiaba mucha cosa buena”. 

También cuenta que Daniela llegó a cuidados intensivos con optimismo, pero cuando fue consciente de que no respondía al tratamiento ella misma le dijo:

−Me voy a morir, enfermero. 

Él intentó tranquilizarla, incluso le ayudó a comunicarse por videollamada con Dany Fer y David para animarla. Sin embargo, nada alivió la angustia de Daniela y su deterioro llegó a tal punto que era imposible hacer llegar suficiente oxígeno a sus pulmones. La última alternativa que quedaba era intubarla. 

Esto sucedió el 6 de enero. “Yo había tomado mi descanso y cuando regresé la paciente ya estaba conectada al ventilador”, dice el enfermero, “pero no duró mucho, falleció al siguiente día”.

Al preguntarle si él considera que Daniela recibió atención médica oportuna, su respuesta apunta a que hicieron todo lo posible con lo que estaba a su alcance, y agrega que “yo creo que nadie se quedó sin ser atendido, siempre buscábamos hacerle un lugar a cada paciente que nos llegaba. Lo que sí pasó fue que no les dimos la atención que hubiéramos querido o que se merecían, porque había muchos pacientes y poco personal. Además, en el IMSS hubo desabasto; de repente no teníamos medicamentos, y cuando esto se resolvía entonces faltaban guantes o algún otro recurso”. 

Las muertes evitables

El 7 de enero de 2021, fecha en la que murió Daniela, México estaba en plena segunda ola de la pandemia, la cual dejó un exceso de decesos de 82% en comparación con el primer trimestre del 2020. Este tipo de cifras han despertado críticas y la necesidad de analizar el manejo de la pandemia en el país. 

A solicitud de la Organización Mundial de la Salud, el Instituto de Ciencias de la Salud Global de la Universidad de California en San Francisco publicó en abril del año en curso el estudio La respuesta de México al Covid-19: Estudio de caso. Según este informe, el país mostró una respuesta tardía a la pandemia, comunicó de manera incorrecta el nivel de riesgo y mantuvo al mínimo la realización de pruebas de detección. 

De haber tenido un desempeño promedio, México hubiera podido evitar 190 mil muertes en 2020. Entre los certificados de defunción de esas personas no solo figura la COVID-19 como causa de fallecimiento, sino también enfermedades que no pudieron ser atendidas debido al desbordamiento del Sistema Sanitario, que se volcó a atender a los pacientes con coronavirus. 

Fue lo que ocurrió con la salud materna. De acuerdo con el Sistema de Información de la Secretaría de Salud, mientras que en 2018 y 2019 se otorgaron 4.8 y 4.7 millones de consultas prenatales, respectivamente, en 2020 el indicador bajó a 2.9 millones. 

Al respecto, en su experiencia como gineco-obstetra de una clínica privada, Claudia Mariana Pérez Martínez comenta que “durante los meses más fuertes de la pandemia notamos un incremento demasiado significativo de pacientes embarazadas porque en sus unidades médicas públicas les decían ‘ahorita no va a haber control prenatal, busca tú un medio privado donde te puedas atender’”. 

Esto contradice lo que en un principio planteaba el Lineamiento para la prevención y mitigación de COVID-19 en la atención del embarazo, parto, puerperio y de la persona recién nacida sobre absorber los servicios obstétricos en el primer nivel de atención médica, es decir, a través de las clínicas y centros de salud más sencillos, pero al mismo tiempo los más numerosos y cercanos a la población. 

Para Hilda Arguëllo y Francisco Gómez Guillén, del Observatorio de Mortalidad Materna, la idea era muy buena, pero presentaba un problema. Desde 2010 diversas políticas se alinearon para que procedimientos como los partos solo se atendieran en hospitales, principalmente de segundo nivel. A la larga esto resultó en una incapacidad de respuesta del primer nivel que la pandemia hizo evidente. 

En resumen, las mujeres embarazadas no tuvieron a dónde ir porque los hospitales de segundo nivel fueron precisamente los que más sufrieron reconversión para tratar a los pacientes con COVID-19. Acudir al primer nivel nunca fue una alternativa, y entonces lo único que les quedó fue llegar hasta la resolución de su parto a los hospitales de tercer nivel. Estos son los más escasos del país, están concentrados en las grandes ciudades y no fueron diseñados para atender al grueso de la población.

Desde la declaración de la pandemia y hasta el 17 de noviembre de 2021, en la Dirección General de Epidemiología de la Secretaría de Salud hay registro de unas 1770 muertes maternas. De estas, alrededor de 700 corresponden a casos como el de Daniela Saucedo. Sin embargo, el resto se debieron a causas totalmente evitables, tales como hemorragias y trastornos hipertensivos. 

Al final, lo que indican estos datos es una profunda injusticia social: “porque con el conocimiento científico y la tecnología que tenemos actualmente, solo el 15% de los partos se complicarían y la mayoría de las causas que derivan en muerte materna se podrían prevenir”, dicen los expertos del Observatorio de Mortalidad Materna. 

Dado que la mortalidad materna es un indicador de desarrollo, en el año 2000 los Estados Miembros de la Organización de las Naciones Unidas se propusieron reducirla en un 75% respecto a los valores de 1990 de cada país. El planteamiento era parte de los Objetivos del Milenio proyectados a 2015 y que después dieron lugar a los Objetivos de Desarrollo Sostenible con miras a 2030. 

La tarea de México era pasar de una Razón de Mortalidad Materna de 88.7 a una de 22.2, cosa que no logró, ya que al término del 2015 el país reportaba una RMM de 35. En este sentido, Bremen de Mucio, asesor regional en salud materna de la OPS/OMS, advierte que la región en general mostraba un estancamiento y era evidente que “las metas en reducción de mortalidad materna para el año 2030 peligraban”. Lo que vino a hacer la pandemia fue expandir un rezago que la precedía. 

No hay consuelo 

“Está demostrado que una muerte materna genera un gran impacto en los individuos y en las familias; tiene repercusiones a muy largo plazo, sobre todo en la integración de miembros de la familia, y en especial en aquellos hijos que aún están presentes. Por ello nuestra consigna es evitarlas al máximo posible”, dice Zarela Chinolla. 

Los padres de Daniela, por ejemplo, concuerdan en que “el corazón de Jonathan está roto por no haber tenido más tiempo con el amor de su vida, y los niños Dany Fer y David aún no logran aceptar que su mamá ya no está, pues ni siquiera pudieron despedirse de ella”. 

Marco Saucedo, con la voz entrecortada por las lágrimas, dice “es una pérdida que no se la deseo a nadie. Mi dolor todavía está aquí, mi enojo todavía está aquí. Yo quisiera a mi Daniela a mi lado, claro que sí”. 

Por su lado, Beatriz Rodríguez admite que ha experimentado distintas emociones a lo largo del duelo: “cuando llegó la vacuna yo dije ‘y para qué la quiero, si mi hija ya no está’, pero ahora creo que cuidarme es el mejor homenaje que le puedo hacer a Daniela”. 

Este año, la RMM en México ha pasado de 80.1 en la primera semana epidemiológica a 56.4 en la semana epidemiológica 45, la cual coincide con el cierre de esta historia. Sin duda, haber designado a las mujeres embarazadas como grupo prioritario para la vacunación contra COVID-19 a partir de mayo ha influido en el descenso. 

Acerca de dicha medida, Claudia Mariana Pérez Martínez opina que “México respondió de manera muy rápida considerando que la evidencia en torno a la seguridad de las vacunas en mujeres embarazadas estuvo disponible a cuenta gotas”. Por su parte, con base en lo que ha observado en su práctica médica, Zarela Chinolla dice que “la mayoría de las mujeres embarazadas que se están hospitalizando por COVID son no vacunadas o con una sola dosis”.

Sin embargo, el Estado mexicano aún tiene trabajo pendiente. Al no contar con un padrón de mujeres embarazadas, se desconoce qué parte de esta población ha recibido la protección de las vacunas COVID-19. Datos de la Ciudad de México, que presume la mejor tasa de vacunación en el país, sugieren que al 10 de septiembre había 32,904 embarazadas con una dosis y 17,062 con esquema completo. En teoría, esto representa 27.5% y 14.3% de las embarazadas de la capital, porcentajes considerados muy bajos por especialistas. 

Al cierre de esta historia, la Razón de Muerte Materna en México es de 56.4 defunciones por cada 100 mil nacimientos estimados, lo cual supone un aumento de 29% respecto a la RMM de la semana epidemiológica 45 de 2020. La COVID-19 continúa siendo la principal causa con el 47.6% de las muertes. 


*Este texto fue editado por Jennifer Avila y producido con el apoyo de la beca “¡Exprésate!” de la International Women’s Media Foundation (IWMF).

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