Futuro imperfecto
Un medio raro para hackear el sistema
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La historia reciente de Guatemala ha sido transmitida, contada y certificada por los medios masivos, tradicionales. Miradas reducidas, construidas desde un solo modelo. Guatemala es uno de los países con la mayor concentración de la propiedad en los medios. Y esa propiedad ha sido y es casi siempre masculina. Un ensayo de Alejandra Gutiérrez Valdizán publicado en el libro Futuro imperfecto.


En septiembre del año de la pandemia Anastasia Mejía fue detenida en su casa, donde también está su cabina. Fue acusada de sedición por la cobertura en vivo de una manifestación en su municipio, Joyabaj. Los 37 días que estuvo en prisión mantuvo la dirección de Xolabaj TV y Xolabaj Radio. Esta periodista maya k’eqchi’ fundó en 2013 un medio multiplataformas: radio en una frecuencia alquilada, en televisión por cable y en su muro de Facebook. 

Xolabaj se sostiene de la pauta publicitaria –cuyos anuncios produce la misma empresa– y de la transmisión de eventos sociales como cumpleaños, bodas y funerales –muchos de ellos pagados por migrantes que usan el servicio para observar los grandes eventos

de sus familias–.

Anastasia ya está libre. Sigue cubriendo los asuntos de su comunidad. En junio de 2021 recibió el Premio Internacional de la Libertad de Prensa 2021 de la CPJ. Seguirá haciendo malabares entre las coberturas sociales y el trabajo periodístico, mientras enfrenta un juicio en el que, ante todo, la fiscalía busca demostrar que ella no es periodista. Su defensa está convencida de que Anastasia es acusada por ser periodista, mujer e indígena.

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En un principio este texto arrancaba con un torrente de datos que ilustraban el ecosistema mediático de la región. Por región entendemos el norte de Centroamérica, o toda Centroamérica. Luego aterrizaba en la capital de Guatemala para explorar los nuevos modelos de los medios digitales que navegan a contracorriente.

Pero no. Empezamos con Anastasia Mejía. Porque este ensayo partió de la pregunta: ¿cómo hacemos para contar este país, esta región, tan complejos? ¿Cómo abarcamos esos problemas estructurales que nos mantienen en el submundo? ¿Cómo hacemos para explicar en estos territorios donde se cruzan decenas de problemas y convergen, y chocan y oprimen, decenas de culturas y realidades?

Aquí no hay respuestas. Esto es un ensayo.

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Un buque timoneado por unos cuantos hombres, pocos. La historia reciente –la oficial, la televisada– de Guatemala ha sido transmitida, contada y certificada –con el soberbio sello de la verdad indiscutible– por los medios masivos, tradicionales. Miradas reducidas, porque es un sistema con pocos medios; o miradas con pocas variaciones. Construidas desde un solo modelo –financiero, informativo–. Con los similares marcos de referencia, lo explican Mastrini y Becerra, Guatemala es uno de los países con la mayor concentración de la propiedad en los medios. Y esa propiedad ha sido y es casi siempre masculina.

Sobra decir. Pero lo digo: este no es solo un patrón guatemalteco, o centroamericano. Es un patrón. Los medios tradicionales en el mundo, en general, son propiedad o son dirigidos en su mayoría por hombres.

Las mujeres en los medios

A este fenómeno le llamaremos la sordera intermitente. Imagine usted la escena:

—Hola Jacinto, llamo para darte nuestros comentarios sobre tu video. Estás en altavoz, aquí está Julio—digo yo, desde mi teléfono. 

Jacinto fue contratado por mí, recibió un cheque firmado por mí, para producir un video promocional de Agencia Ocote, el medio que cofundé y que dirijo. Buscamos alcanzar y ampliar esa escurridiza liebre llamada “audiencia”. Jacinto es un nombre ficticio, el personaje es real. Julio es mi socio.

—¡Hola, Alejandra, hola Julio! —dice amable Jacinto.

Porque Jacinto es amable, porque está en disposición de trabajar.

—Esto es lo que necesitamos cambiar, mejorar…—lanzo una serie de comentarios con respecto al video en cuestión. 

Entre ellos, por ejemplo, que sí, que nuestra paleta de colores continúa, que no queremos cambiar la marca al color “azul patria” para apelar al patriotismo; que necesitamos que aparezcan los rostros de mujeres en el video, no solo hombres barbones. En fin, doy las instrucciones.

—Muy bien, Julio. Haré los cambios —hasta ahora, Julio no ha abierto la boca.

—Además… —agrego yo otros asuntos.

—Excelente Julio, así lo haré y te envío el material—tres o cuatro intentos más de una conversación. En las que yo hablo, Julio dice poco y Jacinto solo responde a Julio.

Fin.

Esta sería una anécdota si no fuera una esporádica reiteración en diversos formatos de la misma dinámica. Sería anécdota, si no fuera porque amigas y colegas narran situaciones similares. ¿Sordera intermitente? ¿Sordera inconsciente?

Podríamos acuñar el término “homdera”, pero el español es idioma poco agraciado en eso de las palabras compuestas. Como el contundente mansplaining de Rebecca Solnit. En la sordera intermitente el hombre no explica cosas, el hombre escucha a la mujer, pero traza un arco parabólico para dirigirse a su colega, a su par, al hombre. Podemos llamarle el zopilote, ese juego en que dos personas se lanzan un balón, y una que está en el centro pega brincos para intentar alcanzarlo.

Qué tal si pensamos en esos sistemas de (in)comunicación cotidianos y lanzamos la hipótesis de que el mansplaining y la sordera intermitente también suceden en estructuras mayores, digamos la política, la economía, la ciencia, la tecnología y, claro, los medios.

Pero, seguro ya se escribió sobre esto. ¿Podría suceder con las audiencias? Que las mujeres hablan (como fuentes, como periodistas, como columnistas, como coprotagonistas de la historia), los hombres escuchan –o sea, los periodistas o dueños de los medios, allá a lo lejos– para luego dirigirse a los hombres y contarles lo que piensen que es necesario contar.

Volvemos: los hombres tienen la dirección y la propiedad de los medios tradicionales –televisión, radio, prensa escrita, consorcios–. Pero ya no tienen todas las direcciones y todas las propiedades de los medios. Llegó la era digital.

Sembramedia lo reveló hace unos años: “los hallazgos más dramáticos de este estudio fueron que las mujeres estuvieron involucradas en comenzar el 62% de los cien sitios encuestados en Argentina, Brasil, Colombia y México. Muchos de estos emprendimientos tienen equipos mixtos de fundadores. Cuando se suman todos los fundadores, 40% del total fueron mujeres […]”.

Algo se transforma. 

A Room for One’s Own, A Media for One’s Own

No hay aquí una bola de cristal. Hay aquí una realidad. Es un hecho. Las mujeres están tomando medios y reinventando modelos.

Es un hecho, ya lo sugería Sembramedia, que las mujeres nos cansamos de tirar piedras a los techos de cristal y decidimos trazar nuestros propios derroteros. “No era fácil, no es fácil, pero es menos agotador trabajar que darte golpes contra una pared”, cito aquí a una colega imaginaria.

Ya se ha abordado, aunque no agotado, la idea de que la presencia de mujeres en los puestos de poder no necesariamente garantiza otros abordajes o miradas sensibles sobre los problemas que les incumben a ellas, a nosotras, a sus pares o a otros grupos marginalizados y oprimidos.

Pero sí, me atrevo a apostar que la presencia de más mujeres –y aquí incluyo a otros grupos históricamente subrepresentados como indígenas, afrodescendientes, de la diversidad o de disidencias sexuales– nos garantizará una mirada más amplia sobre la realidad: sobre los enormes problemas de la humanidad y sobre la búsqueda de sus soluciones.

A veces, al pensar en el periodismo vamos a la misma velocidad que los señores de la RAE. Por eso, es interesante la idea de hablar del periodismo en plural; una propuesta que hace tiempo rebotan periodistas que reflexionan sobre el oficio, como Pere Ortín, la idea de desfragmentar y abrir las posibilidades: periodismos.

Entonces, pensemos El Virus. Aquí es donde toca nombrarlo. Las mujeres y los feminismos introduciéndose en el sistema. Pensemos que un medio feminista no necesariamente será aquel que hable explícitamente de feminismo –excluyo aquí a aquel que se ponga la etiqueta muy in, muy pro, y muy apetecible para los donantes–. Hablamos aquí de los medios que asumen los feminismos que construyen su agenda, su modelo de sostenibilidad, su mirada del mundo desde los feminismos. Que hackean. Que revientan piedra con bomba.

En las carreteras de Guatemala se instalan unos fascinantes carteles que anuncian crípticos: “Reviento piedra con bomba”. No sé explicar dicho negocio, pero puedo asegurar que si hay gente que ha reventado piedra con bomba son los medios feministas, que desde hace décadas insisten. Bombas silenciosas, bombas persistentes, que han ido socavando la piedra descomunal de un sistema patriarcal que niega a los otros. Pero, hay cambios que toman tiempo. Demasiado. Entonces, vuelvo a El Virus.

Empecemos por la economía. (It’s all about economy, idiot). Hasta ahora los medios tradicionales se han regido por las lógicas del sistema capitalista y del libre mercado. Y, ahora, con los cambios de la pauta publicitaria, la segmentación de audiencias y consumidores, el modelo de negocio hace aguas. La lógica de acumulación, la herencia androcéntrica, de pronto empieza a ver reducida la idea de que el periodismo puede aprovecharse del capitalismo, o al menos de aquel modelo.

La búsqueda no se detiene. La idea es no solo buscarla sostenibilidad, el santo grial de cualquier proyecto periodístico. La propuesta es la sustentabilidad. Tomo prestado el término del ambientalismo: “Sustentabilidad es la habilidad de lograr una prosperidad económica sostenida en el tiempo protegiendo al mismo tiempo los sistemas naturales del planeta y proveyendo una alta calidad de vida para las personas”. Es decir, medios sustentables, que se escapen de la lógica de acaparar: audiencias, primicias, información, capital. Que observen a sus audiencias, no como clientes, como consumidores; sino como lectores, como comunidad, como aliados en una relación virtuosa en la que se relacionan y colaboran para poder tener mejores explicaciones de la realidad.

Volvemos a la presencia de las mujeres fundando y dirigiendo medios. En Guatemala, en los últimos cinco años han surgido al menos tres iniciativas así: El Intercambio, Ojoconmipisto y Agencia Ocote. Continúa el fenómeno que ya registraba Sembramedia para Latinoamérica.

De portadas líquidas, feminismos, antirracismo y ambiente. Algunas propuestas sueltas

La digitalización, la web, vino a arrancarle el protagonismo a las portadas. Se rompe la lectura lineal y jerárquica que imponía qué es lo más urgente (y qué lo más importante). La política dura, el poder, las notas rojas, han sido desplazados por cientos y fragmentados urgentes e importantes dictados por diversos medios y, por supuesto, por las explosivas tendencias de las redes sociales.

Pensemos que este virus innombrable tiene la posibilidad de reconstruir y situar otras prioridades, otros importantes, desarmar las lecturas únicas. Señalar otros problemas, que también son importantes y urgentes. “Cuando no hay nombre para un problema, no puedes ver un problema. Cuando no puedes ver un problema, no puedes resolverlo”, dijo la abogada y activista Kimberlé Crenshaw en una charla TEDX Women en 2016. Ella acuñó el término feminismo interseccional.

La interseccionalidad como el enfoque que subraya que el género, la etnia, la clase u orientación sexual, como otras categorías sociales, son construidas y están interrelacionadas. Crenshaw habla del rompimiento de marcos conceptuales para el abordaje de los problemas.

Habla de la necesidad de observar esas rutas que se interceptan para hallar opresiones e injusticias.

A la primera propuesta de Crenshaw se han ido sumando otros elementos, otras rutas que deberían estar al momento de abordar la realidad: la clase, el ambiente (desde el ecofeminismo). ¿Por qué si las ciencias sociales toman estas herramientas de análisis no las podríamos tomar desde el periodismo y desde los medios?

¿Por qué no pensar que hay otras formas de analizar y abordar las realidades?

Otro préstamo, ahora el de “los conocimientos situados” de Donna Haraway –en Ciencia, cyborgs y mujeres: la reinvención de la naturaleza (1991)–, pensados en un inicio para la ciencia y la tecnología. Afirma que la exclusión permanente de las mujeres en la definición de la cultura y la epistemología científica obliga a tomar posiciones frente a la codificación androcéntrica de lo que ella llama “ley del canon cognitivo”. Esas normas, modelos, preceptos son los que han definido el deber ser y el hacer de la humanidad. El rompimiento del canon cognitivo propiciaría los movimientos emancipatorios.

Emancipación. Otra palabra clave.

***

Este virus diseñado para romper con la forma única de los medios y de hacer periodismo obliga a las redaccio nes a buscar su diversidad interna –un reto inmenso que discuten medios progresistas y que observan ya como una obligación–; pero también diversidad temática.

En esa imperante necesidad de diversidad se introduce, por supuesto, el antirracismo que quizás en unos años sea parte de los manuales éticos. Como dice la activista Miriam Miranda: “ser antirracista es una obligación”.

Para Centroamérica, para Guatemala, resultaría obligada una profunda revisión de cómo y desde dónde hemos construido las narraciones sobre las violencias. También en plural. 

Resulta urgente, de vida o muerte, buscar respuestas radicales. Una de ellas, por supuesto, es introducir la idea de que la violencia machista está en los engranajes de las guerras por las que aún buscamos muertos y justicia.

Esa mirada de las nuevas narrativas, de la diversidad, de las nuevas lógicas sustentables, se enfrenta con otro reto. ¿Cómo no quedarnos encapsuladas en micromedios, en micronichos, conversando con las ya convencidas? Todos los caminos conducen a los algoritmos. Helen Hester, Srecko Horvat, Markus Gabriel, los filósofos que se nos adelantan y piensan a futuro, insisten: los algoritmos nos están jodiendo la vida. Palabras más, palabras menos. Algoritmo y laberinto suenan parecido y funcionan parecido. Esas megaestructuras que consideran a las personas como productoras de datos para el consumo.

El minotauro es un monstruo que se traga las posibilidades de hacer otros periodismos. Porque nos quedamos jugando, otra vez, al zopilote. El minotauro tiene la cara de Zuckerberg y de Jack Dorsey dándonos una droga mientras nos susurran que el mundo es plano, uniforme y que es cómodo en la medida que me sigan contando un mundo que se acomoda a mi propia visión.

El mundo y las audiencias, con los algoritmos, acaba donde acaban los amigos de los amigos. Por eso, la gran consigna es lo que ya muches han dicho: el periodismo será colaborativo o no será. Ya sucede. Y sucede con éxito. Algunos de los más paradigmáticos trabajos periodísticos vienen de la colaboración: Chequeado con LatamChequea, Salud con Lupa, CLIP, Anfibia. Promoviendo gestas de formación, de investigaciones y publicaciones conjuntas; todos dirigidos por mujeres o por periodistas sensibles.

Suena iluso, suena imposible, suena insuficiente. Pero, quizás, estas otras rutas, estos nuevos virus hagan que algo cambie. Quizá para mejor.


Futuro imperfecto: ¿Hacia dónde va el periodismo? es el primer libro de la colección Futuro Anfibio, dirigida por Leila Mesyngier, coordinadora editorial de Revista Anfibia, y publicada en UNSAM Edita

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