Distintas Latitud
Maynor vuelve a casa, un rostro de la migración centroamericana
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Miles de migrantes centroamericanos que tienen como destino final Estados Unidos ven sus planes truncados y deciden quedarse en México o Guatemala. “La gente huye”, dice el padre Miranda, coordinador de la Red Jesuita para migrantes en Guatemala. “Ahí donde puede salvar su vida, ahí se va a quedar”.


Texto: Dánae Vílchez (Nicaragua), María España (Guatemala),

Ángel Mazariegos (Guatemala), Astrid Morales (Guatemala)

Fotos: María España (Guatemala)


Maynor tiene la piel tostada. Ha pasado su vida bajo el sol, trabajando la tierra en su natal Comayagua, Honduras. Papi y mami —como él los llama— son campesinos, cultivan mandarina y frijol para subsistir. Pero hoy no hay nada de eso. En la casa de Maynor no hay comida y en el pueblo no hay trabajo.

Cuando los sembrados de papi dejaron de ser suficientes para la manutención de la familia, Maynor se fue a trabajar de mesero en un restaurante en el lago Yojoa. Era un trabajo que le gustaba pero la pandemia arrasó con todo.

El centro turístico donde trabajaba Maynor cerró y despidieron a todos sus empleados. “Recuerdo que decidí irme una tarde que estaba lloviendo y no teníamos que comer, no había nada. Al día siguiente me fui sin decirle a nadie”, relata Maynor.

El joven de 21 años tomó una mochila donde metió algo de ropa y salió rumbo a Estados Unidos. Cruzó Guatemala y México, donde las preguntas sobre su apariencia eran constantes.

—¿Traes tatuajes? —cuenta que siempre le preguntaban los oficiales de migración en los pasos fronterizos.

—No, no tengo —se levanta la camisa.

—Usted se mira como un buen muchacho. Mucha suerte, siga adelante y trabaje duro —Recuerda que le dijo un oficial de migración.

Al llegar en enero de 2021 a Tapachula, Chiapas, en la frontera de México y Guatemala, Maynor se encontró con un obstáculo formidable. Otros migrantes le comentaron que la “pasada” a Estados Unidos estaba difícil y sin dinero para un coyote era casi imposible.

Decidió entonces buscar trabajo en México y logró convencer a un señor en Tapachula que le diera trabajo, pues en Honduras había estudiado algo de mecánica y de motos. Por un mes trabajó en un taller de enderezado y pintura. Estaba entusiasmado por hacer dinero y mandarle a su familia. Hasta que llegó la llamada que lo cambiaría todo.

“Me llamaron porque abuelita está enferma. Ella dice que antes de morirse quiere verme aunque sea por última vez. Ella fue como una madre para mí y decidí regresarme a Honduras”, cuenta Maynor.

Con todo el pesar del mundo y con el sueño truncado de mejorar las condiciones de su familia, Maynor se enrumbó de nuevo hacia Honduras, sin dinero y sin plan para el futuro. Durmió en las terminales de buses porque no tenía otra opción, hasta que le hablaron de la Casa del Migrante, un refugio ubicado en Ciudad de Guatemala que alberga a quienes van en tránsito.

“Con una geografía extensa como la de Guatemala, una organización como Casa del Migrante es un socio fundamental en el refugio de migrantes”, define Sebastián Berkovich, coordinador de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). “Tener un centro de tránsito, donde las personas están aseguradas bajo un techo, donde obtienen un plato de comida y escuchan información sobre programas a los que pueden optar es una labor, de a diario, con valor”, puntualiza.

“En la calle no se duerme bien, se duerme con miedo de que lo quieran molestar a uno. Aquí al menos uno está tranquilo”, dice Maynor sentado en el comedor de la Casa.

Sonríe porque a pesar de su agridulce retorno, volverá a ver a su abuela.

Países “expulsores” ahora son destino

Guatemala y México son un punto estratégico e inevitable para la migración terrestre hacia Estados Unidos. Según Alejandra Mena, portavoz del Instituto Guatemalteco de Migración (IGM), diariamente ingresan personas de forma irregular en las fronteras de Guatemala para atravesar el territorio. “No se les priva su derecho a migrar, sino que se les insta a hacerlo de otras formas”, dice.

Aunque la migración centroamericana hacia Estados Unidos y sus rutas no son nuevas, las recientes políticas migratorias del país norteamericano, en especial el Plan Frontera Sur, implementado para utilizar la frontera entre México y Guatemala como primer tapón contra los centroamericanos, ha significado cambios en los planes para los migrantes.

El IGM reporta, desde octubre de 2018 hasta enero de 2021, seis caravanas de centroamericanos migrantes, constituidas en su mayoría por hondureños que viajan por tierra y con poca carga (usualmente algo de ropa y víveres en mochilas) para intentar llegar a Estados Unidos. En la caravana de enero de 2021 se estima que viajaban un aproximado de 9 mil migrantes y Guatemala registra que 4,841 personas hondureñas fueron retornadas a su país.

Según un informe del organismo internacional Crisis Group, desde 2015 México impide a cientos de miles de centroamericanos viajar hacia el norte, deportando a muchos más que el mismo EE.UU. Tan solo en los primeros seis meses de 2019, México deportó por la frontera terrestre a 90 mil 452 centroamericanos, según datos del gobierno de Guatemala.

La mayoría de ellos son hondureños, que como Maynor, sueñan con mejorar las condiciones de vida de sus familias, pues al menos el 48.3 por ciento de las personas en Honduras viven en pobreza, según datos del Banco Mundial.

Edgar Carpio, docente de la Escuela de Historia de la Universidad de San Carlos de Guatemala, comenta que Centroamérica es una región que ha sido agobiada históricamente por cuestiones de pobreza extrema y desprotección de los gobiernos hacia sus poblaciones en temas como la salud y la educación.

Sin embargo, con el paso de los años se ha visto un cambio en las motivaciones para migrar. Carpio explica que en algún momento las movilizaciones ocurrían por la idea de buscar “el sueño americano” y mejorar el estilo de vida; pero, actualmente, las personas salen de territorios como Honduras no solo por la indiferencia gubernamental, sino por la violencia extrema, producto del dominio de las maras y narcotraficantes. Con una tasa de homicidios de 41.2 por cada 100 mil habitantes, Honduras es considerado uno de los países más peligrosos de la región según datos de la organización InSight Crime.

“Cada vez vemos más desarraigo por parte de los migrantes, sin nada que les espere en sus países de origen. Se quedan donde puedan encontrar algún trabajo para subsistir”, expresa el Padre José Luis Miranda, coordinador de la Red Jesuita para migrantes en Guatemala.

Miranda asegura que el hecho de que muchos migrantes decidan quedarse en México o Guatemala, y no seguir hacia Estados Unidos, se debe también al quiebre de la “cadena social de la migración”, en donde se presume que quien migra ya tiene en el país del norte un destino y una familia que lo acoge.

“Clásicamente siempre te estaba esperando el familiar, ahora resulta que preguntas y es cada vez más frecuente que no les espera nadie (…). La gente huye. Ahí donde puede salvar su vida, ahí se va a quedar”, dice Miranda.

Lesbia Ortiz, antropóloga e investigadora del tema migratorio, manifiesta que si bien no existe la barrera del idioma para las personas hondureñas que se han quedado en Guatemala, las dificultades para sobrevivir e insertarse en la sociedad persisten en este territorio. “Mucha gente no trae documentos de identificación y eso representa obstáculos para que encuentren un trabajo formal en el que además se les solicitarán certificaciones y recomendaciones. La falta de documentación, además de la carencia de un respaldo económico, también implica adversidad al momento de conseguir una vivienda”, explica.

Vivir en la clandestinidad, con miedo a la deportación, enfrentarse a la xenofobia y cargar con los vacíos que implican haber dejado a la familia y los propios territorios, confabulan para generar inestabilidad emocional en las personas migrantes. “Y en Guatemala no existen las condiciones para darles un respaldo económico ni psicosocial”, afirma.

Ni México ni Guatemala están preparados para recibir a migrantes

Si bien México y Guatemala han sido históricamente países de los cuales sus ciudadanos migraban, hoy la realidad es que además de ‘expulsar’ migrantes, reciben a miles de personas que por violencia o pobreza extrema no pueden regresar a sus países.

Aunque en México se aprobó la creación de una visa humanitaria que permitiera el paso de migrantes, todavía no hay políticas públicas que protejan a esta población vulnerable de los ya conocidos peligros que aquejan al país, como el narcotrafico, la trata de personas y la violencia.

El reciente caso de los 16 migrantes guatemaltecos quemados en el Estado de Tamaulipas expone los riesgos a los que se enfrentan miles de migrantes que salen de sus países y cruzan la región hacia el norte. “El riesgo de migrar persiste, el riesgo es latente. Hay menores que desaparecen en el trayecto, la violencia va en incremento, aunque no tenemos una medición como Instituto”, asegura Mena, y añade que como institución buscan que la migración sea ordenada, más no impedirla, dado las condiciones que encuentran quienes migran por tierra.

Sin embargo, aunque han dado transporte a los migrantes hondureños y salvadoreños para retornarlos a sus territorios, el Ejército de este país ha recurrido a la represión de las personas para obligarlas a volver.

En el caso de Guatemala, el padre Miranda asegura que la muestra clara de que este país no ha implementado políticas para proteger a los migrantes, ya sea que van de paso o se queden, es el violento recibimiento hacia una caravana migrante el 18 de enero de 2021 por parte de  las fuerzas armadas.

“Guatemala, con el recibimiento a garrotazos muestra que esa es su política símbolo en materia de ayuda a migrantes”, expresó Miranda.

En el contexto de la pandemia, los expertos coinciden que a pesar de las restricciones de movilidad que se implantaron en México y Guatemala, y de las medidas de distanciamiento social, los migrantes siguieron llegando en las mismas condiciones que antes y expuestos a todo tipo de situaciones y enfermedades.

A Maynor la pandemia no lo detuvo. El hambre y las pobres condiciones económicas de su familia pesaron más. Regresó a su país en marzo de 2021 y de momento no tiene planeado migrar de nuevo, porque fue muy duro separarse de su familia.  

“A esta enfermedad no le he puesto mucha importancia porque soy evangélico, Dios conmigo quien contra mí”, dice el joven.


Este texto fue publicado originalmente por Distintas Latitudes, en su especial investigativo Migraciones LATAM: Huidas, retornos y permanencias. Puedes leer el especial completo aquí.

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