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El retorno voluntario de Luis: la jubilación más allá del sueño

Luis López es un cocinero guatemalteco que regresó a su país hace una década, después de haber trabajado en Estados Unidos durante más de 30 años. Salió de su país en 1980, cuando tenía treinta años, sin documentos, solo con la ilusión de una vida mejor. Hizo el viaje por tierra, huyendo de la policía, y finalmente regresó en avión, esta vez con un pasaporte que lo distingue como ciudadano estadounidense.

Luis López es un cocinero guatemalteco que regresó a su país hace una década, después de haber trabajado en Estados Unidos durante más de 30 años. Salió de su país …

La mezcla de olores a bocas sin cepillar y a sudor de varios días en un espacio tan reducido provocaba náuseas entre las seis personas que iban adentro, encerradas, sin mucho aire para respirar. Pero estaban avisados. Sabían a lo que se enfrentaban. “Esta es la única salida para encontrar un buen trabajo y huir de los problemas”, pensaba Luis Felipe López, guatemalteco, mientras cerraba los ojos en vano, porque ni siquiera con ellos abiertos podía ver a su alrededor. El baúl del automóvil que los llevaba a la ciudad de Los Ángeles, en Estados Unidos, no podía ser más oscuro.

“Si alguien mueve el carro con mucha fuerza, sepan que es para que alguno de ustedes grite”, les decía el hombre que hacía de guía por la carretera, o como se les llama a quienes practican su profesión: el coyote. “Se quedan callados”.

“Era bueno el paisano ese”, recuerda ahora Luis Felipe. “Le pagamos 500 o mil dólares, ya no recuerdo, y nos llevó sin mayor preocupación”.

Hoy Luis Felipe tiene 71 años y vive en la ciudad de Chiquimula, un departamento del oriente guatemalteco ubicado a 170 kilómetros de la Ciudad de Guatemala y a 50 de la frontera con Honduras. No está de vuelta en su país porque no haya logrado establecerse en los Estados Unidos: todo lo contrario. Después de salir de su casa un día de 1980, montarse en un bus a México, escapar de la policía mexicana, entregarle el dinero a un coyote, cruzar un río a medianoche, meterse al baúl de un auto y llegar a Los Ángeles, vivió allá por 31 años. Allí consiguió trabajo, solicitó documentos, obtuvo su residencia, se hizo cocinero profesional.

Luis es un retornado voluntario que espera vivir el resto de sus años en la ciudad donde fue niño. Prefiere amarrar sus cuerdas y andar en tenis, algo que sería más complicado en ciudades grandes, dice, como queriendo justificar su regreso.

De acuerdo con un informe de 2020 de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), Estados Unidos de América ha sido el principal país de destino de los migrantes internacionales desde 1970. Dentro de los veinte primeros no aparece un segundo país del continente americano.

Luis no fue el primero de su familia en querer irse allá. “Yo hablaba mucho con mi cuñado, que ya vivía y trabajaba en Los Ángeles”, dice. Él le hablaba con entusiasmo de Estados Unidos. Por eso quería ir, encontrar un buen trabajo y un buen salario, algo que no figuraba en el panorama de la Guatemala de los años sesenta y setenta. Además, el país estaba en guerra civil, un conflicto que no terminó hasta 1996 y dejó como saldo miles de muertos.

Decidió hablar con su madre por primera vez cuando cumplió 18 años. “Quería irme pero necesitaba dinero. Se lo pedí y ella lo que hizo fue conseguirme trabajo de conserje”, recuerda. Su primer empleo fue en la sede del Ministerio de Trabajo en Puerto Barrios, en el departamento de Izabal, aunque no le aseguró la salida. Fue en 1980, gracias a que su cuñado les consiguió parte del dinero, que recogió sus cosas y se fue con una prima. Tenía 30 años.

Luis cuenta que, en aquel entonces, la violencia que enfrentaban quienes viajaban por tierra a Estados Unidos, sin documentos, no era de la magnitud de la que hablan algunas personas en años recientes. “El riesgo es latente”, confirma Alejandra Mena, portavoz de la Dirección General de Migración de Guatemala. “Para muestra, el horrible caso de Tamaulipas (México)”, dice sobre el asesinato de 19 migrantes que fueron calcinados en enero de este año en el municipio mexicano de Camargo.

“Que me cuidara, me decían”, cuenta Luis. “Que cuidara mi dinero y que juntara un poco para sobornar a la policía mexicana. No se escuchaba tanto sobre narcotraficantes como ahora. Yo igual iba con mucho miedo”.

Cuarenta años después, está agradecido porque su trayecto fue tranquilo.

Una vez en Estados Unidos, no fue difícil conseguir trabajo. “Mi primer oficio fue lavar carros, pero había que manejarlos para moverlos. Por eso un día aguanté y renuncié”, dice entre carcajadas. Afirma sin problema que aún hoy, a sus 71 años, no maneja autos. “Mejor me fue en las cocinas”.

Lavaplatos, ensaladero, parrillero: su futuro estaba allí. “En 1985 comencé como ensaladero, aprendí a hacer papas fritas y a cortar carne. Un día el chef me preguntó si quería tomar el asador para aprender a trabajar como parrillero. Acepté y trabajé de eso el resto de años que estuve allá”, cuenta.

Recuerda que en algún momento le ofrecieron un trabajo como jefe de cocina, pero el puesto requería hablar un inglés fluido y manejo de computadoras. “Empezaban las computadoras, ya ni imaginarlo”, menciona. Por eso lo rechazó. “Preferí continuar como cocinero”.

El final de la década de los ochenta fue bondadoso con él y con millones de inmigrantes indocumentados. La amnistía del presidente Ronald Reagan, quien firmó en 1986 la Ley de Reforma y Control de Inmigración, le permitió solicitar los documentos para obtener la residencia estadounidense. Un plan similar ha anunciado el actual presidente estadounidense, Joe Biden, quien ha propuesto una ley para regular el estatus legal temporal de quienes hayan ingresado al país sin documentos antes del 1 de enero de 2021.

En el último cuarto de siglo, la población migrante internacional ha aumentado considerablemente en todo el mundo. La OIM pasó de contabilizar 174 millones de desplazados en 1995 a 272 millones en 2019, un incremento del 63%. Sin embargo, están aquellas personas, como Luis, que no son parte de las cifras de migrantes retornados a sus países.

“Hay gente que sale y entra de forma irregular, sin avisar”, dice Carlos Woltke, defensor de las Personas Migrantes en la Procuraduría de los Derechos Humanos (PDH) de Guatemala, para explicar lo difícil que resulta contabilizar la condición de los migrantes. Pone como ejemplo a aquellas personas que, después de salir de manera irregular de sus países, regresan a estos de la misma forma luego de haber sido rechazadas sus solicitudes de asilo o refugio en otros lugares. Aunque no es el único caso. 

Luis no es parte de estas cifras porque su avión no era uno de deportados. Su retorno, voluntario, fue un tanto diferente al de aquellos migrantes que son atendidos por organizaciones internacionales o instituciones de gobierno. Él, con sus nacionalidades guatemalteca y estadounidense, decidió regresar a su país después de varias décadas fuera. Así como salió, sin avisar, así volvió.

En 2011, 31 años después de marcharse, otra persona regresó a la calurosa Chiquimula, donde no vestir camisa y estar en sandalias es lo regular en un día con 33 grados centígrados. “Me jubilé ese año. Completé mi papelería y decidí regresarme a Guatemala. Estuve unos meses en Ciudad de Guatemala y luego me mudé a Chiquimula. Me siento mejor acá porque aquí todo está cerca. Me gusta moverme solo”.

“Nunca pensé quedarme en Estados Unidos. Después de la jubilación me fue difícil conseguir una casa o un cuarto. Quería venir a Guatemala. Donde nací, allí voy a morir, dije yo”.


Este texto fue publicado originalmente por Distintas Latitudes, en su especial investigativo Migraciones LATAM: Huidas, retornos y permanencias. Puedes leer el especial completo aquí.

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Angel Mazariegos Rivas

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