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Un año “a su manera”.
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Alejandro Giammattei cumple su primer año en la presidencia, y junto a su informe anual, se hace necesario ver críticamente su gestión desde la mirada de la ciudadanía.


Tratemos de ser objetivos respecto a Alejandro Giammattei. Con excepción de su promesa de combatir la desnutrición crónica como una política prioritaria de su gobierno, la verdad es que hace un año llegó al poder sin un plan de trabajo claro y con ofrecimientos intrascendentes para pensar que el país tendría, esta vez sí, la oportunidad de encausarse finalmente por una senda de desarrollo, equidad y transparencia.

Logró convertirse en presidente, no por su liderazgo o por su visión estadista, sino porque tenemos una clase media urbana que se puso por misión impedir que Sandra Torres nos gobernara, debido a los imperdonables pecados capitales cometidos durante su carrera política.

Así pues, si antes se conformó con un comediante que transpiraba mediocridad; un ex carcelero que pasó veinte años de su vida teniendo como oficio ser candidato presidencial, no parecía ser una mala salida ante el dilema que nos plantea la democracia cada cuatro años, en torno a quién debe conducir los rumbos del país.

12 meses han pasado desde que atravesó entre aplausos la Gran Sala Efraín Recinos, acompañado de su hija y la canción A mi manera de fondo. De ese acto, fue simbólico el momento cuando la delegación japonesa se levantó y decidió retirarse, pues el evento se había retrasado al menos cinco horas, quién sabe las razones. Pero ese, en el fondo, era ya un primer mensaje que denotaba lo que podíamos esperar de su gobierno; de su manera.

¿Cuál ha sido entonces la manera de Giammattei? La opacidad, la mentira y la condescendencia hacia a los suyos.

Muy pocas acciones han sido transparentes en su gobierno, y seguro tan irrelevantes que se hace difícil enumerarlas. Pero recordamos, por ejemplo, las múltiples ocasiones en las que, en el marco del Estado de Excepción, fracasó en la adquisición de pruebas de COVID-19 e insumos médicos, porque los mecanismos eran totalmente discrecionales y en consecuencia objeto de reparos o denuncias públicas. ¿Y quiénes al final resultaron proveyendo al Ministerio de Salud la mayoría de los enseres durante la pandemia? Gente cercana al partido oficial.

Ahora busca adquirir las vacunas para el virus por medio de una cláusula de confidencialidad que impediría conocer el costo real de las mismas.  Asimismo, durante la última semana de diciembre, Giammattei despidió a un funcionario de la Superintendencia de Telecomunicaciones porque se rehusó a firmar una concesión de frecuencia de servicio 4G sin licitación a la todopoderosa compañía Tigo, que ha sido una gran aliada y cómplice de gobiernos corruptos.

Es decir, muchos de los actos más opacos de este primer año de gobierno han surgido en los pasillos y oficinas de Casa Presidencial. Paradójicamente, para intentar proyectarse como alguien comprometido con la lucha contra la corrupción, el mandatario creó una Comisión para combatirla, pero, ¡oh novedad! adscrita a la Presidencia misma. En otras palabras, desde el Ejecutivo no hay manera de investigarlo ni denunciarlo.

Giammattei nos ha mentido descaradamente, sosteniéndonos la mirada sin titubear: en declaraciones públicas y en cadenas nacionales. Le ha mentido a su vicepresidente, a los médicos durante la pandemia, a la prensa, a la ciudadanía y tal parece que a sí mismo. 

Y sí, podríamos decir que las promesas expresadas en campaña o en un acto de toma de posesión no son más que palabras al viento. Mas el 14 de enero, el presidente recién nombrado, se veía muy comprometido con su deseo de hacer algo sustancial por combatir la desnutrición.

“Los niños y niñas malnutridos son el gran fracaso de nuestro país. Son ni más ni menos que el espejo que muestra nuestro rostro más terrible. Una realidad que no podemos negar. Ellos son el primer objetivo de este gobierno por los próximos cuatro años”, dijo. Y yo le creí.

A estas alturas, no logramos discernir si la mitomanía y altanería de Giammattei son algo patológico, o bien constituyen un mecanismo de defensa porque no tiene idea de qué hacer con el poder, ni cómo satisfacer los compromisos asumidos ante quienes lo han patrocinado por veinte años, y parecer a la vez que hace algo por el país que gobierna.

Por otro lado, el presidente ha sido sumamente intolerante a las críticas y al disenso, pero gentil y complaciente ante quienes son incapaces de cuestionarle.

A Miguel Martínez, su más íntimo colaborador, le encomendó la conducción del Centro de Gobierno; instancia que, tras un enorme desgaste provocado por su inoperancia y elevado costo, tuvo que cerrar. El dolor por esta decisión era notorio en el rostro de Giammattei. Sin embargo, en los primeros días de enero varios de sus integrantes ocupan ya puestos formales en el Ejecutivo, sin mayor mérito y trayectoria que ser cercanos a su protegido.

Lo mismo ocurrió con Hugo Monroy, nefasto ex ministro de Salud premiado con la coordinación de nuevos hospitales, y con Carlos Sandoval, ex vocero de Gobierno y después viceministro del Deporte y la Recreación.

En tanto, el país desperdicia un año más. Mientras Costa Rica ascendió 37 puestos en el nuevo índice de Desarrollo Humano y es una de las primeras naciones en distribuir la vacuna contra el COVID-19, en Guatemala nos mantenemos en una lucha constante por no contagiarnos debido a que al Estado ya no le importa; por no morir de hambre en las zonas rurales, y porque los funcionarios no sigan robando los fondos públicos.

Alguna vez escribí que Guatemala es esa chica que decide darse la oportunidad con los sujetos equivocados. Tras vivir dolorosos desamores, hace un año inició una relación con un tipo que no había sido muy exitoso para seducirla, pero que perseveró y la conquistó después de dos décadas.

Lo que sigue siendo inexplicable, es cómo alguien lucha tanto por un sueño para llegar a hacer justo lo mismo que sus antecesores, e incluso un poco peor. Ahí está Giammattei, culminando el primer año de su período, gobernando desde la mediocridad, el compadrazgo, la corrupción, la improvisación y la mentira.

Este tiempo ha transcurrido seguramente muy rápido para el mandatario y muy lento, demasiado quizás, para la ciudadanía. Queda esperar que se venga más claridad, empatía, discernimiento y unidad para resistir, pues las reglas de este juego llamado democracia nos obligan a tenerlo de presidente tres años más, “a su manera”.

[Te puede interesar: Que arda todo, una columna de Fernando Barillas]


FERNANDO BARILLAS SANTA CRUZ

Periodista que ha aprendido a utilizar las letras como revolver y puente. Crítico de su país, aunque aún confía que el amor de pronto haga el milagro. Poeta clandestino, viajero cuando puede y soñador irremediable. Consultor en comunicación e integrante de Antigua Al Rescate.


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