El correo, comunicación interrumpida
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Comunicarse es un derecho esencial, el intercambio de palabras, de conocimiento, de regalos, es una de las bases de la convivencia y el correo postal es la infraestructura de este ejercicio. En Guatemala, el correo redujo a nada su función luego de un laberinto jurídico en el cual aún se encuentra. De la ausencia de este servicio y sus implicaciones en nuestra vida escribe la escritora guatemalteca Mónica Albizúrez.


No recuerdo la última vez que vi un cartero en Guatemala. Sí recuerdo las memorias de mi infancia y adolescencia, cuando las cartas iban y venían en una maleta café de cuero al hombro del cartero o ajustada  firmemente en la moto con una correa. Cada fin de mes, Don José llevaba el cheque de pensión por viudez para mi abuela Vicenta, un cheque fruto del trabajo de mi abuelo, Adrián, en el Ministerio de Relaciones Exteriores  durante toda una vida. Cada cuando, ya no con regular puntualidad, llegaban a la casa cartas rotuladas con colores azul y rojo que me envió durante diez años Patricia, una niña francesa del pueblo de  Saint-Méard-de-Gurçon,  como consecuencia de una iniciativa de un profesor del colegio. Hoy le llamaríamos una iniciativa intercultural. Creo que Patricia y yo fuimos las única persistentes entre nuestros compañeros de clase, en cuanto a seguir la correspondencia a través de los años, y me cuesta equiparar con otras experiencias, la ilusión de rasgar el sobre y sumergirme en la lectura sobre un mundo lejano. Tal vez, desde la India, las palabras de la gran escritora de cartas, María Cruz, ayudan: “Recibí su carta y siento todavía el vértigo que me causó.”

Vengo, pues, de una generación que creció con el correo.  Y eso implica una memoria viva en unos tiempos cuando la comunicación electrónica nos modela día a día y la idea de la lejanía es menos potente.

Como otros muchos guatemaltecos, vivo fuera del país. Mi residencia es la ciudad portuaria de Hamburgo, donde la logística es fundamental y, por lo tanto, donde las discusiones sobre la comunicación global están a la orden del día. De ahí que cuando cuento que en Guatemala no hay correo, detecto en mi interlocutor un gesto de sorpresa o la petición de que repita la información, pues nadie conoce un país sin correo. Hay uno en efecto, Guatemala.

Cuatro meses después de que Jimmy Morales tomara posesión del cargo de presidente – enero de 2016–, el correo postal en Guatemala dejó de funcionar. Si en los manuales de Historia se incluye generalmente una sección de legados de presidentes y gobiernos, en el caso de Jimmy Morales, quedaría la página en blanco. Un gran vacío moral e institucional. El correo postal, como las carreteras, fueron abandonados. A la par de obras de construcción endebles o que se cayeron incluso al poco tiempo de ser inauguradas (léase el libramiento de Chimaltenango), el edificio de Correos de la séptima avenida se convirtió abruptamente en una bodega de comunicaciones interrumpidas.  

Y  entonces surgieron voces que defendieron la medida porque se podía vivir sin correo. Por supuesto que se puede vivir sin correo, pensé, como se puede vivir sin parques y pasando largas horas en el tráfico. Pero no se trata de ello. El Covid 19 nos ha demostrado lo breve de la vida, y cuánto tiene de valor defender lo que  creemos la hace más digna y feliz, como sociedad.

En aquel 2016 me pregunté como hoy también, ¿es, en verdad, útil el correo postal? ¿Es Guatemala un país vanguardista en suprimirlo mientras en el resto del mundo sigue con él? Las estadísticas indican que el envío de cartas ha disminuido, pero que en la contraparte, el envío de paquetes aumenta. Según la página web statista, en el caso de Alemania en 2019, el correo postal (Deutche Post) llevó 1,6 millardos de paquetes, dos años antes alrededor de 1,2 millardos.

Por otra parte, la realidad nos dice que, en el caso de Guatemala, hay una comunidad migrante, sobre todo en Estados Unidos, que sostiene en gran parte la economía nacional a través de las remesas y que mantiene lazos de afecto con familia y amigos. El neologismo transmigrante quiere atrapar esa idea, la de aquel hombre o aquella mujer que viven entre dos mundos. Es en esa vida intermedia,  que familias, como la mía, ansiamos mandar paquetes sin pagar los aranceles altos de las empresas privadas. Las cosas materiales, lo sabemos, también cumplen funciones simbólicas centrales, en ellas van deseos y memorias que compensan los kilómetros de separación. Y de ahí el impulso a meter en una caja pequeñas cosas elegidas en el transcurso de los días  e ir camino al correo imaginando los rostros de los seres queridos. A veces, es suficiente una postal.

Desde otras situaciones más dramáticas, las cartas entran en el cautiverio. Leo sobre la experiencia de Carlos Espina, un joven uruguayo en Estados Unidos que decidió escribir cartas a los migrantes centroamericanos en centros de detención en Texas. “Escribir a mano es una forma de humanizar al migrante, como decirle que tiene valor”  afirma Carlos. El intercambio de cartas ya no es entonces una práctica nostálgica,  sino sostén y  acompañamiento en las peores soledades: la ilegalidad y la prisión.

Fuera de lo simbólico y de estas experiencias límite, las cosas materiales enviadas en el correo  tiene un valor intrínseco, más bien pragmático. Está la necia burocracia que  nos recuerda cuán vigente sigue siendo, para los extranjeros, la presentación de documentos materiales, nada de pdfs adjuntos. Que lo digan quienes hacen trámites para estudiar fuera. Los papeles cuentan.

Mi vinculación con la literatura me hace pensar  también en la circulación del libro: recibir y enviar novelas, poesía, revistas, catálogos. Siempre cuento como anécdota las maletas llenas de libros que cargo cuando regreso de Guatemala. Es un lugar común como una certeza aquello de que la literatura guatemalteca es poco visible en el mundo. Porque sin libros no hay literatura, y  qué difícil es conseguir determinados títulos fuera del suelo patrio. Resignada a estar en la fila de quienes deben someterse a una revisión extra en los aeropuertos (porque llevar esas maletas llenas de libros lo hace a uno sospechoso), ya me ha pasado que la frialdad de algún funcionario migratorio termine por quebrarse y me despida deseándome que pronto  el correo se restablezca. A mi esposo, una vista, con toda la educación del caso, le pidió si se podía quedar con un ejemplar de mi novela. Supuse que se trataba de coleccionar un objeto excéntrico.

La expansión digital de las editoriales guatemaltecas es necesaria. Pero, no por ello, sustituye al libro como objeto físico. En los cursos de español que enseño, la tendencia de lectura en mis alumnos –todos ellos del primer mundo,  globales e hijos de la era electrónica– se repite: leen digitalmente libros relacionados con sus campos de estudio, pero en el caso de la literatura,  se inclinan por el formato impreso. Razones: descanso visual, cambio de escenario, rompimiento de la rutina. Esa decisión los hace buscadores de libros y desmiente la idea de que el formato digital será el sobreviviente. Ambos, digital y físico, coexisten.

En 1999, la artista visual Regina José Galindo inauguró una sólida carrera como performatista colgándose del arco del Edificio de Correos mientras leía “poemas al aire”.  El performance se llamó “Lo voy a gritar al viento”. En medio de un país que salía de un conflicto armado con innumerables pérdidas y grandes censuras, este performance marcaba una ruptura, aspirando a validar el espacio del arte y la literatura en medio de la ruina. Hoy, cuatro años después de la clausura del correo, de aquel performance hago míos los papeles en el aire, su transmisibilidad, su permanencia. Aspiro, como otros muchos guatemaltecos, a que el correo vuelva y fluya la comunicación entre fronteras.

[Te puede interesar: Cartas literarias para un país sin correo]


Mónica Albizúrez es doctora en Literatura y escritora. Se dedica a la enseñanza del español  y las literaturas latinoamericanas. Reside en Hamburgo.


Las opiniones emitidas en este espacio son responsabilidad de sus autores y no necesariamente representan los criterios editoriales de Agencia Ocote. Las colaboraciones son a pedido del medio sin que su publicación implique una relación laboral con nosotros.

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