Nosotros nunca íbamos a ser un centro de COVID-19. Ni nosotros ni el Roosevelt, el otro gran hospital público de Guatemala. Nunca se planteó que estos hospitales atendieran a pacientes …
Nosotros nunca íbamos a ser un centro de COVID-19. Ni nosotros ni el Roosevelt, el otro gran hospital público de Guatemala. Nunca se planteó que estos hospitales atendieran a pacientes con esa enfermedad porque son los dos centros médicos de referencia del país. Ambos internan a personas con enfermedades crónicas de casos muy delicados. Esa combinación con el virus es temible y mortal. Pero se saturó tanto el sistema, que tanto al Roosevelt como al San Juan les tocó convertirse en hospitales dobles, en dos hospitales en uno: una parte atiende la pandemia y la otra el resto de patologías que siguen viniendo. La gente se sigue baleando, continúan los accidentes de tráfico, el cáncer no ha desaparecido.
El San Juan de Dios siempre se mantiene a tope. Con pandemia y sin pandemia. Siempre tenemos todas las camas de cuidados intensivos llenas. Y ahora tenemos que separar toda una sección para una enfermedad nueva. Esa logística te quita mucho espacio. El 80% de la emergencia de adultos se tuvo que clausurar para crear un área de aislamiento. Lo planificado era tener un espacio para veinte personas y, si daban positivo, enviarlas a los hospitales temporales creados para atender solo COVID-19. Nunca se pensó atenderlos aquí. Pero con el repunte de mayo, esos hospitales se llenaron y se creó un embudo. Hemos llegado a tener 84 personas en ese espacio pensado para veinte. Y ya no podemos ampliar más. El área de COVID-19 nos fue arrinconando y ya no tenemos para dónde crecer.
La carga de trabajo también se ha duplicado. Atendemos dos frentes con la mitad del personal porque muchos se han contagiado. Todos doblamos turnos. Son jornadas de trabajo extenuantes, con mucho estrés. Cargar el Equipo de Protección Personal (EPP) te hace perder la mitad de tus sentidos. Ya no escuchas bien, ves a medias, tienes menos tacto porque vas con dos o tres pares de guantes. Y con eso te toca hacer las intervenciones, la cirugía. A los que rotan quince días en el área COVID-19, se les hace la prueba para que puedan regresar a su puesto habitual. Pero los que estamos al frente de la dirección y los infectólogos tenemos que repartirnos a diario entre las dos zonas. Hay muy pocos infectólogos y muy pocos jefes. Tenemos la mejor de las intenciones, pero sí estamos muy temerosos de que mucha gente muera con los hospitales desbordados. Por eso insistimos en que se abra a todos el Hospital Militar y los privados, que se eche mano de todo lo que se pueda para atender a la población de la forma más digna posible.
Esta publicación forma parte del Programa Lupa, liderado por la plataforma digital colaborativa Salud con Lupa, con el apoyo del Centro Internacional para Periodistas (ICFJ).