Pedrito, el confinado rural
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Ixcán es un territorio que la historia de Guatemala marca con distintas maneras de violencia y desigualdad, pero también de imaginación y resistencia. El confinamiento allá, lejos de las conferencias de prensa y de las medidas urbanas se vive de otra manera, de esto nos habla el poeta Sabino Esteban, que vive y enseña en este territorio.


Pedrito, el confinado rural, siente un extraño aislamiento. Su mundo campestre parece cerrarse a determinada hora, y crece aún más el silencio, el miedo, la incertidumbre.

Pedrito es el último hijo de la familia. Tiene siete años de edad y ha dejado de ir a la escuela. Su padre desea enseñarle a leer, pero él tampoco sabe leer y escribir. El trabajo se ha convertido en un libro abierto para Pedrito. Papá le instruye, basado en el método de sus ancestros:  observación, fijación, repetición-aplicación-experienciación y corrección.

A través de la radio se han enterado del programa “Aprendo en Casa”, que el Ministerio de Educación transmite en el canal 13. “Será para otros”, le dicen a Pedrito, pues, en casa carecen de televisión. Lo único que a Pedrito le están proporcionando es una bolsa de alimentos cada quince días, lo que estaba presupuestado por el MINEDUC como refacción escolar para el ciclo 2020.  “Aprendo en Casa a sobrevivir”, es lo que Pedrito está haciendo, al igual que miles de niños más. Un proceso de autoaprendizaje desde lo oculto. La Pedagogía del Excluido: aprender a sobrevivir en la miseria que quizá los acompañará hasta la muerte.

La luna ha comenzado a asomarse, como una tortilla redonda durante las últimas dos noches. Es señal de que ha llegado el tiempo de sembrar el maíz. El campesino y su hijo salen al campo. Caminan con la boca cubierta con un pedazo de trapo, porque el dinero no les alcanza para comprar mascarillas. De vez en cuando, viene a la memoria del campesino aquella imagen de la década oscura que les tocó vivir bajo la selva, cuando amarraba la boca de sus hijos para no ser descubiertos por los militares. Poco o quizá nada ha cambiado desde entonces, su situación ha consistido en subsistir en medio de una crisis permanente.

 El calor es sofocante, Pedrito siente asfixiarse con la boca vendada: “nos estamos protegiendo del Coronavirus”, le dice su padre. Las aves cantan con más frecuencia. Al parecer, el confinamiento humano ha permitido a los animales recobrar un poco de libertad. “Ojalá el aislamiento social no se convierta en abono de la indiferencia y el egoísmo”, le dice el campesino a su hijo, mientras observan a las hormigas trabajar colectivamente en el bosque. 

La comunidad también posee su propio sistema organizativo. Las medidas dictadas por el gobierno en relación a la pandemia se acatan acorde a la realidad, a efecto de evitar contagios, y muertes a causa del hambre.  En efecto, se ha instalado un puesto de control en la entrada principal, custodiado las 24 horas por las autoridades locales y los mismos vecinos. Todos (excepto niños, mujeres y ancianos) deben prestar este servicio, según acuerdo comunitario.

Pedrito y su padre regresan con su tercio de leña en la espalda, minutos después de iniciado el toque de queda. No les prohibieron el ingreso en el puesto de control comunitario, ni serán entregados en manos de la Policía Nacional Civil. Los árboles y los pájaros no son portadores del virus, por lo que no pudieron haberse contagiado en su aislado lugar de trabajo; además, carecen de dinero para pagar la multa.

Desde su espacio de cuarentena, Pedrito ve a su compañero de clase rajando leña con el hacha en la casa de al lado, ve a su amiga de enfrente alimentando a los animales de la granja, una abuela riega el huerto. No hay muros que dividen los lotes que ellos habitan. Los avisos de interés general se difunden a través de un altoparlante instalado en la oficina de la alcaldía comunitaria. El padre de Pedrito suspenderá su faena el día de mañana, lo han citado para sacar turno en el puesto de control. Los truenos sacuden con fuerza las entrañas de la aldea, donde el virus aún no ha llegado, como si lo hicieran para que los vecinos se percaten de lo que está sucediendo fuera de su microconfinamiento rural. El aguacero comienza a caer, acompañado de fuertes vientos. Pedrito observa cómo la lluvia se cuela por los agujeros del techo, las zanjas se han llenado de lodo, el agua ha penetrado el cerco de rollizo de la habitación, formando un charco en el piso de tierra.  La noche comienza a caer, más fría, más espesa y más silenciosa. De repente… ¡un apagón! La energía eléctrica se ha ido y el confinamiento se vuelve tiniebla. Relámpagos y más relámpagos, esas venas de luz que iluminan de manera fugaz la cuarentena, mientras la factura de energía eléctrica llega puntualmente, a veces, sobrevalorado.

Mientras tanto, las decisiones del gobierno siguen su curso y la televisión transmite las mismas imágenes: radio patrullas, soldados armados en las calles y en los puestos de cuarentena, personas capturadas por infringir el toque de queda, incremento de casos de Covid-19 en el país, más guatemaltecos deportados, préstamos millonarios…  

Amanece. El calendario maya marca el día UQEB’ IX. Dos niñas corren descalzas hacia el molino comunitario, van con la sonrisa vendada y la palangana de nixtamal sobre la cabeza. Ellas nacieron y sobreviven en el país del olvido.


Sabino Esteban, es poeta, ha publicado varios libros de poesía y de literatura infantil. Nació en Ixcán Grande donde también es maestro de educación primaria.


Las opiniones emitidas en este espacio son responsabilidad de sus autores y no necesariamente representan los criterios editoriales de Agencia Ocote. Las colaboraciones son a pedido del medio sin que su publicación implique una relación laboral con nosotros.

 

 

 

 

 

 

 

 

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