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La cadena alimenticia de la solidaridad
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Las medidas de prevención del coronavirus han contrastado las desigualdades pero también los valores, como la solidaridad. Dos restaurantes, La Siempreviva y Rayuela, se unieron para alimentar las personas más necesitadas y este texto es el testimonio y reflexión de uno de los gestores de esta iniciativa.


Cuando alguien o algún grupo en nuestro entorno realiza públicamente una acción, inmediatamente el entorno le responde. Los diferentes sectores a donde llega la “novedad”, reaccionan desde sus motivaciones, principios o sus acuerdos ideológicos. Esto hace que se genere un diálogo de palabras entre la aprobación, criticas, rumores, chistes, invenciones, comparaciones, etcétera; las cuales, conllevan indiscutiblemente al accionar o no. Y en este caso preciso, la acción que Rayuela y La Siempreviva iniciamos hace unas semanas ha invitado a participar y sumarse.

Es necesario generar espacios de acción para desarrollar ideas basadas en necesidades comunes, volver a reconocernos como parte de un mismo tejido. También es necesario madurar nuestras interacciones como sociedad e integrar a los diferentes sectores que la conforman, promoviendo así otras formas de consenso y de resolución de conflictos, para interactuar sin caer en posturas elitistas, sectarias y exclusivas.

Entre Rayuela y La Siempreviva hemos tenido, desde hace un tiempo, la idea de crear un espacio para compartir con personas mas necesitadas; pero nunca había llegado a la práctica. Sin embargo, en el contexto actual que el país atraviesa, decidimos preparar la comida que teníamos para entregarla a las personas que pasaban por la calle. Esta simbólica acción que inició un miércoles 8 de abril, alcanzó a 50 personas; varios días después, se ha convertido en todo un engranaje solidario donde se entregan a diario 300 desayunos y más de 500 almuerzos.

Diferentes sectores de la sociedad se han sumado para apoyar esta acción precisa. Muchas personas aportan víveres, contribuciones económicas o donan ollas, estufas y sartenes, otras cocinan en su casa. Un pequeño pero consecuente equipo de personas se encarga de limpiar, ordenar, cocinar y entregar comida todo el día. Y es así como, entre el accionar del día a día, la dinámica ha comenzado a generar todo un movimiento que encuentra su motor en la colectividad y la confianza, y que entre nosotras y nosotros hemos denominado como el comedor solidario.

Este ejercicio colectivo nos ha demostrado que en el fondo no somos tan indiferentes como pareciéramos en general. Necesitamos reconocer lo imbricados que estamos en un tejido social que arrastra todo un bagaje histórico que no ha logrado sanar. Es importante ir aprendiendo a ser nuevamente humanidad. Necesitamos aliarnos en lugar de competir; solo así podremos realizar procesos como estos, planteando rutas que muestren un camino de construcción de sociedad solidaria, común y, sobre todo, equitativa.

Una de nuestras reflexiones, en la actualidad, a medida que vemos como nos organizamos, es ¿cómo podemos darle continuidad a una iniciativa donde la ciudadanía se ha movilizado espontáneamente para tejer una red incluyente de apoyo, acción y confianza social? Y, ¿es ahora cuando nos corresponde actuar sin esperar lo inminente de una calamidad o de permitirnos la inmovilidad, ocasionada por la pereza, la indiferencia, el miedo y la resignación?

Entre tanto cuestionamiento también creemos, indiscutiblemente, que es el momento de unir esfuerzos colectivos, sin ese pesado paternalismo institucional, con la participación de diversos sectores en un ejercicio incluyente.

No podemos desperdiciar la oportunidad de cuestionar la manera en la que nos involucramos y le damos seguimiento a un movimiento que tiene la legitimidad de crecer ante los impactos de esta emergencia, tomando en cuenta la lógica de las economías; las deudas históricas, internas y externas; el desempleo; las violencias; todas las pobrezas y sus extremos.

Esta es una invitación para que generemos diversos tipos de encuentro, no tanto para hablar, pero si para hacer presencia y ofrecer el corazón, el cuerpo y la acción coherente de nuestro pensamiento. Cada quien, desde su trinchera, llámese casa, organización, proyectos, arte, trabajo, etcétera. Seamos parte de un camino común, que pueda caminar toda la gente.

Necesitamos generar espacios de acción que incluyan nuestras realidades comunes, procesos al alcance de cualquiera, intercambios espontáneos, libres de tarifas y de impuestos. Ejercicios compresibles para preparar la larga digestión de consecuencias que nos esperan al despertar de una sensibilidad, que nos permita dejar de ser la especie predadora que hoy somos.

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