Las precauciones tomadas por la crisis del coronavirus tienen un lado del que se ha hablado poco, qué pasará con todos los derechos reducidos y restringidos desde el poder, pensar desde el ejercicio de poder abre profundas preguntas que plantea acá Silvia Trujillo en este espacio de subjetividades
En estos días en los cuales nuestra única agenda es el COVID-19, es válido preguntarse ¿cuántas de estas medidas, que hoy asumimos como temporales, perentorias y extraordinarias, permanecerán intactas, instaladas y normadas después de la crisis? Estas palabras no pretenden dar la respuesta sino instalar esta y otras preguntas que nos permitan interpretar con sentido crítico la coyuntura.
En estos días hemos visto emerger una serie de acciones que hasta hace poco tiempo nos parecían graves: gobiernos y empresas que censuran contenidos informativos, límites a la libertad de expresión, imposición de fuentes únicas como válidas, irrespeto a la protección de datos personales, aval social al uso de la fuerza policial, así como vigilancia y denuncia vecinal. Hemos escuchado, además, cómo se retoman narrativas de corte militar y conceptos ligados a la guerra, o a la polarización, con tónicas higienistas e incluso mensajes apocalíptico-religiosos.
Se nos ha dicho que debemos encerrarnos, guarecernos del virus, que hay un enemigo allá afuera al que hay que temer; que debemos renunciar a una cuota de nuestra libertad –por cierto, ilusoria- en aras de nuestra seguridad, que eso que debemos conjurar está cada vez más cerca y que si no nos cuidamos, si no levantamos barreras el virus se nos pega en la piel, ingresa en nuestro organismo y nos mata. Se ha reconstruido el discurso que apela al miedo como “única” forma de enfrentar esta pandemia ¿A qué le debemos temer en realidad? ¿De qué nos tenemos que defender?, ¿del virus o de esos “otros” que nos contagian?, ¿del virus o de todo lo que suene a disidencia?
¿Nos estamos dando cuenta de los impactos de la propagación del discurso del miedo como elemento cohesionador? Es probable que asumirlo y reconocerse vulnerables frente al contexto sea una reacción válida, una forma de afrontar la crisis, pero quedarse en el miedo es paralizante. Está claro que es necesario encontrar formas de sostener la vida en este momento, estrategias que permitan nuestra protección y la de las demás personas, pero prevenir es distinto de tener miedo ¿Por qué nos “acomodamos” en la parálisis, en las renuncias, en los estrechos límites de nuestros temores?
Más allá de lo que se señala desde este discurso del poder, ¿qué tenemos para decir? ¿Cuán rápido y acríticamente aceptamos la renuncia a esa pequeña, ínfima cuota de libertades y garantías que –supuestamente- algunas personas teníamos? El confinamiento de cuerpos, tan practicado en distintas épocas históricas para aplacar las rebeldías, no solo implica la inmovilidad, sino que lleva implícita una renuncia a los derechos enunciados ¿cómo llegamos a cederlos cuando nos ha costado tanto hacerlos prevalecer?
Enfatizan que el camino para resolver los problemas es endeudarnos, encerrarnos, asegurarnos y atemorizarnos, profundizar y delimitar nuestras fronteras personales, olvidar abrazos y caricias, desterrar el erotismo y el placer –por supuesto-. En esta vorágine nos hemos permitido poco la posibilidad de cuestionar(nos), de desplegar la creatividad hacia otras formas de relacionamiento y convivencia, buscar maneras alternativas de organizarnos que no se reduzcan solo al Estado y las instituciones que conocemos, apelar a relatos ancestrales y también a nuevas categorías interpretativas. Atrevernos a pensar desde las rendijas por donde se cuela la luz.
Nos ha hecho falta historiar más y a más largo plazo para responder a la pregunta ¿cómo ha salido la humanidad de otras crisis, similares o de distinta índole?, ¿cuáles fueron las medidas que tomaron para recuperarse?, ¿será cierto que el único horizonte posible es el del control, la discriminación normada y esta vetusta idea de “orden” al que nos han acostumbrado? Si algo ha quedado claro en estos días son los espejismos de este sistema capitalista, patriarcal, racista, depredador, ya no resulta tan fácil sostener algunas falacias porque han quedado al desnudo. Y se nos está respondiendo con lo que se sabe hacer: apelar al orden autoritario para consolidar su poder. Entonces, una de las preguntas fundamentales que podemos enunciar es ¿al servicio de quiénes están estas narrativas y prácticas?
Si desde el sistema se está creando un “nuevo orden” recreando viejas fórmulas, ¿Qué otras reflexiones se están proponiendo desde espacios, colectivos, comunidades y pueblos acerca de los horizontes post crisis?, ¿qué elegiremos creer, pensar y/o hacer durante y después de esta crisis?, en realidad, ¿elegiremos?, ¿qué narrativas priorizaremos?, ¿con quiénes construiremos colectivo?, ¿construiremos?
*Silvia Trujillo es investigadora social, es profesora universitaria, es feminista, y coordina el club-taller Rompeolas de Agencia Ocote.