María Isabel Rodríguez
La salvadoreña que abrió la brecha
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La primera mujer que fue rectora de la Universidad de El Salvador y decana de la facultad de Medicina. Ministra de salud, representante de la Organización Panamericana de la Salud (OPS)A los 97 años María Isabel Rodríguez es una mujer lúcida y activa. En esta entrevista nos habla de su carrera, de cómo abrió camino para las mujeres salvadoreñas y de su visión acerca de la equidad de género.


María Isabel Rodríguez nos recibe sentada en la biblioteca de su casa, en la colonia Santa Rosa, al norte de San Salvador. Traje azul oscuro, aretes a juego, zapatos deportivos. Se levanta de su silla y camina a paso lento para recibirnos. “El original es mejor que la fotografía”, sonríe graciosa, con una mueca. Saluda, da la bienvenida e invita a sentarnos.

“Antes de que hablemos, quizás comen”, dice después. Sobre la mesa, tiene preparados unos platos con trozos de frutas y unas pupusas de arroz, que su asistente Jaime Néstor Gamero, fue a comprar temprano esta misma mañana. 

La biblioteca, en el segundo nivel de su casa, esta repleta de libros y documentos, ordenados con minuciosidad. Es una biblioteca en serio.Cada archivo, cada manuscrito, cada ejemplar tiene un código que lo reconoce, acompañado de un logo. Por ahora, es de uso privado. La idea, en algún momento, es abrirla al público.

Colocados sobre estantes y mesas hay un sinnúmero de reconocimientos que le han entregado a lo largo de su vida. Noventaisiete años. También hay fotografías. Algunas tienen un lugar especial en la biblioteca. Otras están organizadas en álbumes que la doctora despliega sobre la mesa y empieza a revisar, detenidamente. Fotografías con José Saramago, con Eduardo Galeano, con Fidel Castro.

—¿Cómo fue conocer a Fidel Castro?

—En múltiples viajes que hice a Cuba como consultora de la Organización (Panamericana de la Salud). Yo siempre he trabajado en desarrollo de recursos humanos en salud, y si alguna persona ha hecho mucho por la salud de los pueblos del mundo, no solo por la parte de atención a la salud, sino por la formación de la gente, por darle a los países la oportunidad de tener gente que trabaje por la salud, ha sido Fidel Castro. Creo que es una figura que en el mundo no ha sido reconocida lo suficiente. Después de las reuniones, él invitaba a gente a discutir a su despacho, no importando la hora. Eran discusiones larguísimas donde él mostraba el interés que tenía en que las cosas se hicieran. De él hay una frase que me impactó. Dijo que él quería que Cuba fuera un país de hombres de ciencia. Ese era su pensamiento, la ciencia al servicio de la población. 

María Isabel Rodríguez_El Salvador_Fidel Castro
Fotografía: Carmen Quintela.

***

María Isabel Rodríguez nació el 5 de noviembre de 1922. Cuando la entrevistamos, acababa de cumplir 97 años. Imparable, la doctora lleva casi 80 años dedicada al campo de la medicina. 

Comienza su relato en 1931. Con nueve años, María Isabel se había criado en una familia, igual que la mayoría en la época, con un pensamiento conservador. “Mi madre, mi tía, las personas con las que yo me desarrollé, pensaban que era muy natural que ciertas cosas estén solamente dedicadas a que la mujer las haga y otras, a que la mujer no las puede hacer”, cuenta. “Yo me crié en un ambiente en que estaba estereotipado que la mujer tiene que servir al hombre. Pero nunca me dijeron que el hombre tenía que servir a la mujer”.

Por eso no fue extraño que su familia la inscribiera en la Escuela Normal de Maestras e Instituto Fuentes San Salvador. “En mi casa, una casa de recursos modestos, una familia sencilla, tenían puestas las esperanzas en que yo podía ser una persona educada, que fuera a un colegio de niñas, donde también mis primas se habían educado. Mi madre siguió mis pasos con mucho cuidado”. Era la ilusión de la época, recuerda, que las niñas estudiaran para convertirse en profesoras normalistas. 

La pequeña María Isabel estudió en la escuela durante cinco años, hasta los 14. Fue entonces,  cuando dio su “primer grito de independencia”. “En la primaria siempre estuve en colegios privados, pero cuando iba a pasar a la secundaria, desarrollé un interés por asistir a un instituto público, a hacer la secundaria en el Instituto Nacional General Francisco Menéndez”. Era un instituto mixto donde se impartía una enseñanza militar. “Tenía una educación muy buena, de excelente calidad, porque había buenos profesores, pero los que tenían la disciplina y orientaban toda la educación física, eran militares”. 

“Me tomé la libertad, cosa que en ese tiempo las mujeres no hacíamos, de hacer una solicitud y pedirle a una persona que había sido mi profesor en la primaria, que si me daba una recomendación”. No lo consultó con su familia. “Fue el primer choque que tuve con mi familia. Me dijeron: no, de ninguna manera, estás loca. Bueno, fue escándalo familiar”. Su tía, la hermana mayor de su madre llegó a irse de la casa después de esta decisión. “A mí me fue muy bien en esa secundaria”, sonríe. 

Su tía regresó, al cabo de un tiempo. Y el paso hacia delante de la adolescente María Isabel logró hacer cambiar la forma en la que su familia veía el mundo. “Permitieron que me visitaran hombres porque llegaban a estudiar conmigo. Ese primer shock de abrir la puerta a los muchachos que vinieran a conversar, a trabajar conmigo… La familia tuvo que adaptarse a esto. Al grado tal que en los años siguientes, mi tía, la hermana de mi mamá, invitaba a los muchachos a irse de vacaciones con nosotros a la playa —ríe—. Ya había una democratización de la casa”. 

Uno de los hijos de esta tía, primo de María Isabel, estudiaba entonces Medicina, y a medida que hablaban del tema, la adolescente fue interesándose cada vez más en la carrera. Hasta que se enamoró de la idea de estudiar para ser médica. 

La universidad

En 1942, con 20 años, fue a inscribirse a la facultad de medicina de la Universidad de El Salvador. “Yo iba feliz. Llevaba buen antecedente de bachillerato. Me recibió la persona encargada de la inscripción y me dijo: ‘Fijate qué raro, aquí los bachilleres vienen, traen su solicitud de inscripción, su título de bachiller y ya entran a la carrera que quieren. No sé por qué el decano quiere hablar contigo. Nos ha pedido que cuando vengas, pases con él’”.

Extrañada, María Isabel entró en su despacho. “Para una persona que viene de una secundaria, jovencita, es un poquito temeroso esa cosa de que le invite el decano. Y entré, precisamente para que el señor me diera un discurso muy amable y aconsejarme lo que tenía yo que hacer. Empezó a decirme que esa no es una carrera para mujeres”.  

“Es una carrera para hombres —cuenta ella que le dijo el decano—. Ustedes tienen muchas posibilidades. Tú tienes posibilidad en tu casa, vas a tener familia, tu esposo, los hijos, la casa… La mujer está hecha para atenderlo. Y hay otras carreras que te pueden servir para eso, pero medicina no es para mujeres”.

Recuerda con claridad cómo le dijo que en el primer año, al estudiar anatomía “quebraban” a las mujeres. “De ahí no pasan”. Era cierto: “En varias entrevistas que me hicieron dicen que yo fui la primera que me inscribí en medicina. No. Ya había varias —aclara María Rodríguez—. Lo que pasa es que no seguían. No continuaban la carrera”.

El decano le dijo que no presentara su solicitud. María Isabel se fue a su casa. “No tenía que pensarlo porque yo estaba decidida a estudiar medicina”. Regresó a la facultad y entregó sus papeles. En toda su carrera no se inscribió ninguna otra mujer. 

Hoy, asegura que en los años de estudio hubo un buen trato con sus compañeros. “Me respetaban porque sacaba buenas notas y tuve amigos entrañables en la carrera. Nunca me dijeron que por ser mujer no podía hacer algo”. Pero sí hubo un par de comportamientos que hoy recuerda: “En el fondo, resentían que no siguiera los lineamientos de ellos”. 

El primero: no la incluyeron en la fotografía de los egresados. “Se tomaron la fotografía sin mí”, dice. El segundo: no la invitaron a la fiesta de final de carrera. Años después, se enteró que había sido porque ella no se opuso a que despidieran a unos profesores que no agradaban a sus compañeros. “Si hubiera sido un compañero, hubiera sido una opinión más, un compañero varón, pero como fue mujer…”, reflexiona ahora. 

En 1949, con 27, María Isabel se graduó de doctora en Medicina en la Universidad de El Salvador. Dos años después, la especialidad en Cardiología, y tres después, en Ciencias Fisiológicas, ambas en México. Cuando terminó sus estudios, regresó a su facultad como profesora e investigadora. Estuvo 23 años en la universidad, hasta los 50. Los últimos años, como decana de la facultad, en el mismo puesto que ocupó el hombre que trató de impedir su ingreso. 

El exilio y el regreso

Estamos en 1972 y la Universidad de El Salvador es intervenida militarmente. El Salvador comenzaba a sumergirse en un ambiente de crisis política y social que años después concluiría con una guerra civil. María Isabel sale al exilio, a México.

“Yo he tenido oportunidades —relata—. La oportunidad de irme a la Organización Panamericana de la Salud estaba planteada. Y posiblemente yo no la hubiera aceptado si las cosas no se hubieran puesto negativas en El Salvador. Esa fue mi salida”. 

Trabajó durante más de 20 años para la OPS. Primero en México, después en República Dominicana y luego en Washington, donde se hizo cargo de la oficina central de la organización. Rodríguez explica que en ese tiempo, tuvo varios “retiros”. “Cuando cumplí 60 años, pensaba que me debía devolver. Eso fue en el 82. Pero entonces, el director de OPS me llamó y me dijo que quería que fuera a Washington. Yo estaba metiendo mi papelería para retirarme. Me dijo: ‘No importa, vas a entrar como consultor y te vienes unos años’”. Iban a ser uno, dos años, dice ella. Terminaron siendo once.

María Isabel Rodríguez_El Salvador_Medicina_decana
Fotografía: Carmen Quintela

Después de este tiempo fuera de El Salvador, Rodríguez regresa, en 1999. Y regresa a la universidad a la que dedicó tantas décadas. Ahora, como rectora. 

—¿Cómo le proponen a usted ser rectora de la universidad?

—Yo tenía más de 70 años, no era una jovencita —ríe—. Viví fuera del país, pero siguiendo muy de cerca la vida del país. Y particularmente muy cercana a la universidad, porque a mí me dolió mucho dejarla. Cuando me fui, estaba con el recuerdo del esfuerzo que habíamos hecho para rescatar la facultad de Medicina y sentí mucho dejarla. Cuando me plantearon la posibilidad de regresar, de contribuir al rescate de la universidad, ya no solo de la facultad de Medicina, no dudé. 

María Isabel pensó que la primera objeción que tendría la gente sería su edad. Y así fue. El otro candidato, que ya daba por supuesto que se quedaría con el puesto antes del regreso de la doctora, no se tomó bien su participación. “Él tenía toda la rabia grande de que yo le había venido a estorbar su plan. Entonces, hizo una campaña contra mí tremenda, pero terrible”. Los principales ataques: “que ya estaba vieja y que había vivido mucho tiempo fuera y no conocía el país”. 

Aunque dura, la campaña en su contra no fue suficiente. María Isabel Rodríguez se convirtió en rectora con el 70 por ciento de los votos. Su reelección para un segundo período, cuatro años después, logró el 95 por ciento de los votos. 

“La llegada a la universidad fue dura, pero representó dos períodos, que son los que permite la ley, que permitieron hacer mucho por la universidad. Tuve muchos triunfos, pero también muchos grandes fracasos”, dice.

Asegura que su fracaso más grande ocurrió al final de su mandato como rectora. “Yo digo que pudimos haber hecho por la universidad más de lo que se hizo. Planeé a lo largo del tiempo una transformación radical de la universidad, con un gran préstamo del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), que fue una de las cosas que más me combatieron porque dijeron que estaba vendiéndole la universidad al imperialismo, que lo que iba a hacer era transformar la universidad para entregársela  a los bancos. Un préstamo de un banco como el BID era un pecado”.

“El préstamo fue aprobado incluso por el gobierno, por la Asamblea Legislativa, porque me acuerdo que Schafik Handal dijo eso, que la universidad lo necesitaba. Entonces, la izquierda estaba aparentemente de acuerdo. Pero el Consejo Superior Universitario (CSU), manejado por la misma gente que estuvo cuando me eligieron a mí rectora, vició la votación, inventaron cosas terribles y me engañaron. A la hora de la hora, en el CSU nadie votó por mí, excepto yo. Por ahí me han ofrecido la fotografía esa, de que a la hora de ‘Quienes votan a favor del proyecto levanten la mano’, sólo la levanté yo y es histórico ese final, después de un trabajo muy grande que se hizo en la universidad, ese fue mi final”. 

“Ha sido uno de los momentos más dolorosos de mi vida —asegura—. Pero esos puestos de dirección son así. Le exponen a uno a éxitos y fracasos, por mucho esfuerzo que se haga”. 

—En esos ocho años, ¿cuál ha sido el logro más grande de su gestión?

—Buena pregunta —responde con una carcajada, antes de tomarse unos segundos para responder—. Yo fui con dos proyectos, dos grandes líneas de trabajo que se transformaron en realidad. Uno, la unidad, porque había una tremenda separación de visión alrededor de lo que es la universidad frente a la nación. Y la otra, la transformación académica de la universidad. Pienso que hay elementos para pensar que en los dos sentidos se logró bastante.

“En el desarrollo académico se logró mucho. Se lograron nuevos proyectos. Sobre todo el área de investigación fue muy fortalecida. Se crearon institutos, centros de investigación muy fuertes. Pero desgraciadamente, la universidad pública está expuesta a los altibajos de las luchas políticas internas”. 

Después de ella, tomó posesión como rector Rufino Quezada, “una de las personas que más nos combatió”. “El siguiente fue un período muy difícil, que echó por tierra muchas de las conquistas que se habían tenido. Algo va quedando, pero también mucho se va perdiendo”.

Rodríguez recuerda un tercer logro: conseguir el desarrollo físico de la universidad. “Tuvimos la ocurrencia de hacerle una propuesta al Gobierno. Había una pelea muy fuerte a raíz de los juegos centroamericanos y del Caribe. Y no se sabía dónde se iban a alojar las delegaciones, no había una villa olímpica. Entonces una idea me la dio el rector anterior, que le habían sugerido a él ese planteamiento. Yo la tomé y me monté en ella. A trabajar al Presidente que yo ni lo había conocido antes. Creo que era (Francisco) Flores. Entonces, planteándole la posibilidad de que él podía hacer una inversión muy fuerte en la universidad, haciendo todas las transformaciones necesarias. Y para después que los juegos terminaran, la parte de desarrollo de la villa deportiva se transformaría en laboratorios, centros de investigación y todo que habíamos pensado”.

Un proyecto que entonces pareció una locura. “Cómo se atreve ésta”, dijeron de María Isabel. Pero el Gobierno lo aceptó. “Para mí fue un proyecto tremendamente exitoso. Desarrolló la parte deportiva de la universidad. Grandes áreas. La universidad no tenía una piscina olímpica, un estadio. Todas esas cosas enormes que se le desarrollaron, se hicieron y se le quedaron íntegras. La visión de los arquitectos fue hacer unas instalaciones que fueran transformables”. 

En sus períodos como rectora, la doctora cuenta cómo trató de fortalecer el reconocimiento de las estudiantes de medicina, algo que, seguro, ella hubiera agradecido décadas atrás, cuando entró en la facultad. “En uno de los discursos, hice un análisis de las mujeres graduadas que estaban con mejores notas que algunos de los hombres. Le pedí a la gente de la universidad que me hicieran un análisis de cómo se había comportado esa generación a lo largo de la vida en la universidad y sobre todo qué acceso habían tenido las generaciones anteriores a direcciones de departamento, de escuela, de facultad…”.

“Fuimos viendo que es absolutamente piramidal, y eso ocurre en muchas instituciones. Pero en la universidad es interesante ver el escaso número de mujeres que acceden a puestos de nivel superior. Eso me gustó mucho encontrarlo, pero muy doloroso. Mujeres con altos niveles, con alto rendimiento, que no acceden a los puestos de educación superior”, lamenta. 

Rodríguez, como primera rectora en más de 150 años de la Universidad de El Salvador, se dio a la tarea de recopilar información para escribir un artículo sobre este tema: “Todavía no he podido escribir un documento que he empezado a investigar, que son las rectoras en el mundo. Me he encontrado que no es solo en este paisito que ocurrió esto. Es en todos lados”. 

Entre sus cientos de documentos, guarda un preciado archivador, con la clasificación “Rectoras del mundo”. Lo tiene localizado, al fondo de la biblioteca. Se levanta, lo recoge y empieza a ojear las páginas. Amarillentos recortes de prensa se mezclan con artículos de internet impresos. Relee en voz alta algunas frases subrayadas en los documentos y nos cuenta sus conclusiones. “En los 800 años de Oxford, aparece una mujer rectora. En Harvard, hasta hace poco aparece una mujer rectora. Entonces, ¿por qué? Si debería ser lo mismo. Hombres y mujeres con el mismo acceso. Pero no”. 

María Isabel Rodríguez_El Salvador_Medicina
Fotografía: Carmen Quintela

La política

Dejó la rectoría en 2007, al finalizar su segundo período. Dos años después, en 2009, Carlos Mauricio Funes Cartagena ganó la presidencia de El Salvador y le ofreció a Rodríguez su Ministerio de Salud. “Todavía tengo la osadía, diría yo. No es valentía, es osadía, de aceptarle a Mauricio Funes el Ministerio de Salud”, bromea. 

La doctora se convirtió en la primera mujer que asumió el cargo. “A mí me satisfizo el hecho de que al final de mi carrera, al final de mi vida más bien, todo lo que aboné. Llegar al Ministerio de Salud, para mí fue muy satisfactorio porque utilicé toda la experiencia universitaria y toda la experiencia en los países donde trabajé con la Organización (Panamericana de la Salud). Me dio la oportunidad el presidente Funes de llevar a la práctica todo un conocimiento acumulado que yo lo había vivido. Había asesorado grupos, asesorado países y ahora había que demostrar que eso funcionaba. Toda la teoría de salud para todos y toda esta cosa se puso en práctica acá. Y se logró. Si se mantuviera, las cosas andarían mejor”. 

—¿Y cómo ve la participación de mujeres en la política de El Salvador?

—Yo las veo con mucho entusiasmo y con muchas esperanzas. Me preocupa mucho en esta lucha por la equidad de género, que se luche a veces por que haya un número X de mujeres compitiendo para distintas posiciones, pero que esas personas no tengan la capacidad necesaria para demostrar que la mujer también puede hacer las cosas bien. Porque el hecho de ser mujer per se, no le capacita para desempeñar las cosas bien. 

“Algunas mujeres se enojarán conmigo por eso —advierte—, pero la verdad es que tenemos una gran responsabilidad las mujeres. Llegar a un puesto y hacer las cosas bien, pero estar preparadas para el puesto. Las instituciones creen que se ha cumplido con el requisito de tener mujeres en la lista. Yo me opongo mucho a que se nombren mujeres simplemente por el hecho de ser mujeres. La mujer debe defender esa posición que se le da, primero con una formación adecuada, un currículum que se adecúe a lo que se le pide y después demostrar que sí puede hacerlo”. 

María Isabel puntualiza que “otro caso es que existiendo mujeres capaces, no se toman en cuenta para un concurso, para una selección o por darle la oportunidad de que entre a una competencia. A la hora de analizar qué mujeres llegaron y qué mujeres se quedaron por fuera… ¿qué tanta gente capaz no es tomada en cuenta en un determinado momento? Vale la pena pensar en eso”. 

***

Hoy, María Isabel Rodríguez sigue reuniéndose con estudiantes de medicina que llegan a verla. “Precisamente anoche tuvimos una reunión muy linda con la Asociación de Estudiantes de Medicina. Yo les decía a ellos que hay que promover la participación del estudiante. Siempre es el que sabe lo que necesita y lo que no tiene”.

A sus 97, la doctora habla de la adultocracia, muy presente en la universidad que lideró hace 20 años: “El que ya no escucha lo que las nuevas generaciones quieren, lo que necesitan, o lo que sienten que no se les da, está perdido porque no sabe aprovechar las ideas de los demás. Eso está pasando. Ellos me decían que hay una educación pasiva en la Facultad de Medicina. Educación a base de clases, en la que la opinión del estudiante no es tomada en cuenta. Hay mucha altanería en el profesor que no cree que el estudiante puede ayudarle a desarrollarse”.

“No sé qué piensan los demás, pero creo que mi trabajo no ha sido individual nunca. Siempre ha sido producto del trabajo de la consulta de grupos, esfuerzos de varias personas. Uno lógicamente tiene que tener ideas, tiene que tener formación sobre el campo que va  a trabajar, pero el trabajo de los demás es fundamental. Yo pienso que a eso se lo debo”, concluye.

Al terminar la entrevista, Jaime Gamero, su asistente, que la observa desde el otro lado de la mesa, cuenta orgulloso que María Isabel Rodríguez no sólo es un referente en el mundo de la Medicina. También es un referente feminista, dice. “El esposo de ella tuvo una posición muy alta en la Organización Mundial de la Salud”, explica Jaime. Sin decir su nombre, se refiere a Víctor Sutter, quien fue subdirector de la OMS. 

— A pesar de eso, la doctora nunca ocupó el apellido de casada. Se hizo su nombre. De hecho hay mucha gente que no sabe quién fue el esposo de ella. La conocen a ella por…

— Por mí.

María Isabel Rodríguez_El Salvador_Medicina_decana
Fotografía: Carmen Quintela

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