La perplejidad del quetzal / Manuel Montobbio
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En el proceso de paz en Guatemala participaron diversos actores políticos que permiten lecturas distintas del mismo, según el enfoque de análisis. Para el caso, Manuel Montobbio plantea una visión desde la cooperación internacional, y para profundizar su lectura le pedimos esta reseña al sociólogo sueco Aron Lindblom, un sensible conocedor de la Guatemala de postguerra.


Siendo diplomático y doctor en ciencias políticas que acompañó de cerca la negociación de la paz en Guatemala y la incorporación de la URNG a la legalidad, Manuel Montobbio es un autor bien preparado para el reto que asume con su libro La perplejidad del quetzal, contribuir a la reflexión sobre la paz y la construcción de un Estado viable en Guatemala.

Su esfuerzo para entender a la paz en Guatemala parte de la teoría de Johan Galtung sobre paz negativa y positiva. En la teoría de Galtung, la paz negativa es simplemente la ausencia de una violencia organizada y la paz positiva es todo el contenido positivo que vinculamos con una verdadera paz, la realización del conjunto de derechos humanos. Montobbio resume el contenido de la paz positiva como “democracia, desarrollo sostenible e interacción cultural positiva” (p.90) y el hecho que no incluye a los derechos humanos en su definición de paz positiva es sintomático de su perspectiva.

Las reflexiones de Montobbio sobre aplicación de la teoría de Galtung a la experiencia guatemalteca resultan para mí el principal aporte de La perplejidad del quetzal, y algo que debería de estimular más reflexiones. Por un lado, concluye Montobbio que el proceso de paz en Guatemala sí logró la paz (negativa) a la medida que se desmovilizó a todos los combatientes registrados de la URNG y se puso fin al enfrentamiento armado entre la guerrilla y el ejército. En la misma línea optimista, se logró un conjunto de acuerdos de paz que constituyen un ambicioso programa de paz positiva, un “verdadero texto constituyente de la nación” y “referente fundacional de la Guatemala del futuro” (p.114). Pero, fast forward a la actualidad y Guatemala se encuentra ante una realidad donde el crimen organizado, la proliferación de las armas y el alto índice de homicidios hace difícil hablar de una paz negativa, y donde la violencia estructural, la desigualdad, la falta de desarrollo social e incluyente, y la ausencia de una democracia sana y participativa también hace difícil hablar de una paz positiva en el país. Es más, en algunos apartados que lastimosamente son poco desarrollados, Montobbio parece cuestionar un poco la historia oficial del conflicto armado interno. Aquí hace eco de Torres-Rivas que habló de “un Estado contrainsurgente sin insurgencia” y se preguntaba “si fue una guerra civil o un largo periodo de represión militar”. Los acuerdos de paz, argumenta Montobbio, era una ruta de transformaciones necesarias para un sistema que ya no daba más pero que era incapaz de reformar a sí mismo, y por lo tanto los actores actuaban “como si hubiera un proceso de paz, como si hubiera una guerra, pues tal vez bajo ese disfraz puedan conseguirse las que no resulta posible conseguir desde el sistema y sus instituciones” (p.179).

La paz (y falta de paz) en Guatemala tiene múltiples facetas y hablar de ella es tan central para el futuro del país que La perplejidad del quetzal se vuelve valioso tan solo por levantar el tema. Otras autoras y otros autores hubieran contado la historia de otra manera, pero de ahí también el valioso aporte único de Montobbio. El relato de Montobbio se desarrolla en la voz del experto internacional, el politólogo con décadas de experiencia de acompañar a procesos de paz, el diplomático español y europeo convencido de las buenas intenciones de la Unión Europea, el FMI, el Banco Mundial, los tratados de libre comercio, firme creyente en los beneficios de la consolidación de los Estados modernos de tipo occidental con libre comercio y democracia parlamentaria. Conceptos como “genocidio” y “justicia transicional” aparecen solo una vez en su libro, mientras “racismo”, “discriminación”, “explotación”, “desnutrición”, “clase”, “neoliberalismo” o “extractivismo” ni siquiera son abordados como conceptos claves para el análisis. Pero, Montobbio es un escritor honesto que explicita sus prejuicios y recorrido personal sin pretender que su perspectiva sea la única o la verdadera, ayudando así al lector a formar su propia opinión.

Siendo leal a su visión, Montobbio enfatiza que el crimen organizado, la violencia y la inseguridad constituyen los principales retos para la viabilidad del Estado en Guatemala. Otro analista hubiera enfatizado la desigualdad, la desnutrición, la muerte materna, la falta de oportunidades educativas, y cómo estos males afectan en primer lugar a los pueblos indígenas, pero la mirada de Montobbio se enfoca sobre otras cosas. Esta pluralidad de voces enriquece el debate, nos reta a asumir miradas nuevas o incomodas y nos ayuda a mantenernos alerta. Sin embargo, considero que Montobbio hace un par de aseveraciones que creo vale la pena criticar.

Costó 36 años de guerra y cientos de miles de mártires y desaparecidos para que el Estado de Guatemala reconociera oficialmente a los idiomas de los pueblos Mayas, Garífuna y Xinka en la Ley de Idiomas Nacionales (2003) y en el Acuerdo sobre Identidad y Derechos de los Pueblos Indígenas (1995). Ante esta realidad, y siendo experto en el tema, es de extrañarse que Montobbio opta por poner en su libro (p.59): “Aunque las lenguas indígenas se siguen hablando a fecha de hoy, el español es el idioma común compartido por todos los habitantes de la región” (énfasis del original), diferenciando entre “idioma español” y “lenguas indígenas” de una manera que podría interpretarse como menosprecio.

Hablando de los pueblos indígenas en Guatemala, el autor caracteriza su relación con el Estado como “no integración, no participación” en vez de, por ejemplo, “exclusión y explotación”, y concluye su exposición diciendo que: “Se trata de un reto en ambas direcciones, pues es también opción de los pueblos indígenas hacer suyo un Estado que ha sido tradicionalmente de los otros”, frase que se puede interpretar como un cuestionamiento a las luchas y esfuerzos llevados hasta ahora por los pueblos indígenas. Me atrevo a argumentar que su aseveración en esta parte es un poco floja. ¿A caso el juicio por el genocidio ixil en 2013, la lucha para lograr una Ley de Agua en 2016, el esfuerzo por el reconocimiento constitucional del pluralismo jurídico en 2017, la participación del MLP en las elecciones generales de 2019, o la propuesta de Ley de Desarrollo Rural Integral, no constituyen ejemplos de cómo los pueblos indígenas buscan ser incluidos en el proyecto del Estado guatemalteco, y la mayoría de veces son rechazados y humillados?

Quizás por la experiencia y conocimiento que representa, la voz del autor resulta dominante en la obra. En las primeras líneas del libro nos habla un guerrillero, Rolando Morán, pero de ahí los soldados y los guerrilleros solo figuran en tercera persona y la gente común y corriente muy en la margen. Por ejemplo, concluyendo sobre el informe Guatemala Nunca Más que esta iniciativa produjo “suficiente conocimiento de la verdad y del pasado como para afrontarlo y dejar memoria que evite su repetición y reconozca moralmente a las víctimas” (p.149). Dudo que la mayoría de sobrevivientes de las comunidades masacradas dirían que su sed de justicia haya sido satisfecha.

La perplejidad del quetzal es, en fin, Montobbio hablando sobre Guatemala. El libro no da mucha voz a las otras y los otros. Sintomático, quizás, que con tanto trabajo que se ha hecho sobre la paz y la guerra en Guatemala, una obra de 246 páginas presente únicamente 37 fuentes literarias de las cuales 17 son publicadas por el mismo Montobbio.

 

 

 

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