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El hombre guapo de la foto / Maurice Echeverría

La poesía siempre tiene algo de abismo y algo de corazón, y justamente esto es lo que leyó el artista visual Álvaro Sánchez en el nuevo libro de poesía de Maurice Echeverría publicado por Sophos. “Que cierren el libro al finalizarlo y se queden inmóviles unos minutos, con miles de cosas pasando dentro de sus cabezas a toda velocidad y con el corazón hermosamente perturbado y conmovido”, nos desea Sánchez.

 “If I had a soul I sold it for pretty words If I had a body I used it up spurting my essence” Allen Ginsberg   Existen momentos donde reflexiono …

El hombre guapo de la foto

 “If I had a soul I sold it
for pretty words
If I had a body I used
it up spurting my essence”

Allen Ginsberg

 

Existen momentos donde reflexiono sobre el poder de las letras en mi vida. En cómo me afectan emocionalmente, y sobre todo en cómo me golpean. Nunca fue así desde mis primeras lecturas, creo que jamás es así. A menos que uno sea bendecido por los dioses de alguna forma para captar todo de un solo. Uno va madurando junto a ellas conforme las va descubriendo. Los libros que nos marcan la existencia aparecen en el momento preciso en que los necesitamos. Al menos así ha funcionado en mi vida. Soy de los que atesora cada libro que descansa en mi librera. Cada palabra contenida en ellos ha formado el ser que soy y en el que aspiro convertirme. Creo que cada lector a su manera busca en cada página una especie de iluminación, un satori literario, el momento en donde se descubre de forma clara las palabras correctas que nuestra realidad necesita. Muchas veces no son palabras sutiles, de esas que nos acarician mientras avanzamos de la mano con ellas. Hay veces en que vienen en forma de un estallido. Como un automóvil en medio de la lluvia que aparece de la nada y nos embiste tan duro que si tenemos la suerte de sobrevivir, lo primero que nos preguntamos es, de dónde carajos apareció. Mientras limpiamos la sangre de nuestra cabeza, y nos percatamos del dolor de los huesos rotos en nuestro cuerpo. Es precisamente esa literatura la que me gusta, y a la que le apuesto. La que no me deja inmune al dolor, a mis memorias y tampoco a la indiferencia. Esos son los libros que precisamente guardo celosamente en las libreras de mi casa. Los que jamás dudo en devorar en el momento que llegan a mis manos. De los que se leen como si fuera un ritual en busca de salvación, si es que la tenemos.

Necesito hacer esta introducción para poder poner en contexto lo que quiero decir sobre la más reciente publicación del escritor guatemalteco Maurice Echeverría. Su trabajo no me es ajeno. Su labor literaria ha sido una que siempre he respetado y es por eso que busco las palabras correctas para poder decirles a ustedes, queridos lectores, por qué es necesario que sus corazones y mentes ardan y sean consumidas con la lectura de este nuevo ejemplar.

El hombre guapo de la foto es el título del nuevo libro de Maurice editado por Sophos (2019). Para reseñarlo tendría que empezar por decir que, para mí, las memorias son algo que atesoro en lo más profundo de mi corazón. Lo que me ha ayudado a sobrevivir hasta el día de hoy. Fue justamente lo que me atrapó desde la sinopsis en la contraportada de este libro: “Un poema épico familiar”Cuando se lee una línea como esta, creo es imposible no sentir que algo se revuelve adentro de nosotros. Siento que son nuestros antepasados, los abuelos, los padres, las madres, los hermanos,  los tíos y las tías; nuestros propios muertos llegando desde quien sabe dónde a través de la palabra de los vivos, del tacto de viejos objetos que alguna vez les pertenecieron, de imágenes borrosas en viejas fotografías colgadas en nuestras paredes, que como el mismo libro lo dice se convierten en altares personales a los que les dedicamos un momento de culto, con una mirada de por lo menos unos escasos segundos cada día. Rememorando instantes que probablemente se están desvaneciendo en nuestra memoria, como los mismos huesos de esas personas que ya no están entre nosotros. Recordemos que el tiempo tiene sus propias maneras de castigarnos.Qué seríamos sin las raíces de ese árbol genealógico que nunca dejan de crecer y expandirse dentro de nosotros, recordándonos de dónde venimos; para los pocos con suerte, conforman la base de existencias felices y para otros menos afortunados son el origen de infiernos personales que se heredan de generación en generación, patrones malditos imposibles de exorcizar, que corren por la sangre que bombea un corazón que casi siempre está roto. Pero en eso radica su perfección y belleza.

Es eso justamente lo que mis ojos encontraron en la lectura de El hombre guapo de la foto de Maurice Echeverría. Una carta bella y agridulce a la vez, sobre el recuerdo de un antepasado materno que lleva por nombre Enrique Melville. Inevitablemente pienso que se convertirá en un antecesor propio para cada una de las personas que leerán estas páginas, que con cada letra que lean cerrarán fuertemente sus puños y sus dientes rechinarán, al verse a través de ellas directo a los ojos, mientras meditan en cada persona que conforma sus propias familias. Será inevitable no proferir palabras de amor y por qué no, palabras de odio también. Para esos retazos de recuerdos que corren en las imágenes familiares archivadas en la memoria.

Un libro que se vuelve una especie de purgante. Que nos arrodilla y nos saca con las arcadas más fuertes que se puedan soportar todo eso que se queda guardado como seres nocturnos colgando en los viejos armarios de nuestra vida. Leerlo fue encontrarme en un viaje que me llevó desde Europa hasta esta triste Guatemala, en el que fui testigo de la historia de mucha gente; personas que yo jamás conocí, pero que de alguna manera las sentía familiares. En ellas vi reflejados a mis propios demonios familiares, esos que habitan en palacios mentales dentro de mi cabeza, llenando todas las habitaciones que hay en él. Los vi hablando, riendo y en un momento viéndome. Eran los míos, eran los de Maurice, todos juntos revolviéndose en mi cabeza, sin importar su origen o procedencia. Viajé con cada uno de ellos, siguiendo sus pasos y vi lo que vieron sus ojos. Sus momentos de felicidad y tristeza, los hijos que tuvieron largas vidas y también los que no llegaron ver la luz. En las páginas de este libro me estrellé con algo esencial, choqué con la vida misma, eso que yo mismo estoy experimentando en el momento en que escribo esto. Me convertí en un cuerpo que sale de los escombros, lastimado y sin saber en dónde se encuentra. Ese que camina desorientado en una avenida mientras todos observan cómo llevo entre las manos las vísceras, junto con todo lo que hay dentro de mí.

El hombre guapo de la foto me golpeó sin misericordia. Me aplastó el corazón y no me dejó inmune a muchos sentimientos encontrados que aparecieron en mi lectura. Eso es justamente lo que deseo que le suceda a cada uno de ustedes cuando tengan esta obra en sus manos. Que cierren el libro al finalizarlo y se queden inmóviles unos minutos, con miles de cosas pasando dentro de sus cabezas a toda velocidad y con el corazón hermosamente perturbado y conmovido a la vez. Porque es eso precisamente lo que le agradezco a la literatura y a estas lecturas, que nos sacudan hasta la médula, lo más fuerte que puedan. Que ningún tejido ni nervio, quede sin ser tocado. Que nos obligue como es el caso de El hombre guapo de la foto, a ver con nuestros propios ojos de dónde venimos y, talvez, si tenemos un poco de buena fortuna, nos diga a dónde diablos es que vamos al final de este viaje. Si hay algún lugar a dónde ir, y si existe un Enrique Melville para cada uno de nosotros esperándonos con una sonrisa en el rostro.

Álvaro Sánchez

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