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Cuarenta noches / Vania Vargas
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Los sueños y la literatura son dos cómplices incondicionales, seguro, mucho antes de la conciencia de ambos. Cuarenta noches de Vania Vargas, publicado por Sophos e ilustrado por Alba Marina Escalón , es un viaje narrativo por una colección de sueños de su autora quien construye minuciosos relatos, como espejos, en donde terminaremos encontrándonos tal cual nos cuenta en esta reseña Melisa Rabanales, comunicadora y profunda conocedora de la obra de Vania.


Hace algún tiempo, cuando empecé a leer a Vania Vargas, descubrí que era una experta en el arte de escribir relatos espejo. Seguro se llamarán de otra forma, seguro hay un género literario que los identifique, una nomenclatura que desconozco, a mí me gusta llamarlos así, relatos espejo, y espero no equivocarme. Quienes han leído Quizás ese día tampoco sea hoy (Editorial Cultura, 2012) lo habrán descubierto también.

Los relatos de Cuarenta Noches, publicados por Sophos e ilustrados por Alba Marina Escalón, además de ser perfectas descripciones, cortas y precisas de los sueños, experiencias con frecuencia inentendibles que nos unen a los seres humanos, son narraciones hermosas de la dualidad. “Me gusta creer en el desdoblamiento” escuché decir a Vania una vez mientras le hablaba a un grupo de jóvenes en México.

¿Qué es el sueño si no un desdoblamiento? La dualidad entre lo que somos despiertos, y aquellos que somos cuando dormimos, a veces parecidos y en ocasiones tremendamente distintos. Soñar es eso, es vernos a través de la perilla de una puerta, valiéndonos de ser narradores omnipresentes o consagrándonos como protagonistas. En estos relatos, armados con una fluidez literaria inigualable, en donde las palabras encajan perfectamente unas con otras; la autora nos tienta a pararnos frente a un espejo y vencer el límite de la observación. A mantener el equilibrio mientras estiramos la pierna, a sumergirnos y empezar a caminar del otro lado. Nos empuja a sabernos conscientes de esos otros “yo” y otros “ellos” que habitan en los sueños. Nos encontramos entonces con relatos en donde mujeres se encuentran con sus niñas, sus niñas con mujeres, mujeres con ellas mismas o con otras. Naufragios del cuerpo, experiencias cíclicas que parecen infinitas hasta que abrimos los ojos.

No me resulta raro que Vania haya elegido, tal vez sin acción premeditada, el agua y el mar como elemento que de alguna manera abraza a todos los relatos. El agua refleja, el agua es un espejo líquido sin barreras. En el agua es posible verse y ver a otros. En algunas de esas cuarenta noches este elemento reluce sin siquiera decirlo, sabemos que está ahí cuando los personajes naufragan, es posible deducirlo. En otros, se nos presenta sin esconderse, en las manos de una niña que entierra unos pececitos en medio de la playa, como en El sueño del otro mar o en la agitación de una mujer, como en El sueño del reflejo sobre el agua.

Cuarenta noches es más que una obra literariamente disfrutable, es una invitación. La autora nos adentra en sus sueños, nos permite vivir la experiencia para contemplarlos con dulzura y miedo. Con terror pero con paciencia. Porque solamente alguien que pudo contemplarse a sí misma puede invitar a los demás a hacerlo. Si algo admiro de Vania es su capacidad para detener el tiempo y observar, incluso, con los ojos cerrados.

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