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Taekwondo contra la violencia de género

Una niña grita, grita fuerte.  «¡Jaaaaa!, ¡Jaaaaa!».  Los gritos y su eco retumban en la entrada del centro comercial Interplaza, un espacio amplio situado a la orilla de la carretera, …

Una niña grita, grita fuerte. 

«¡Jaaaaa!, ¡Jaaaaa!». 

Los gritos y su eco retumban en la entrada del centro comercial Interplaza, un espacio amplio situado a la orilla de la carretera, a las afueras de Quetzaltenango.

Mientras la niña grita, patea fuerte, muy fuerte. Levanta su pierna derecha a la altura de la cabeza. Luego hace lo mismo con la izquierda. 

«¡Jaaaaa!, ¡Jaaaaa!»

Las patadas también producen un sonido potente y seco cuando sus pies chocan con las almohadillas de entrenamiento de taekwondo que detiene su entrenadora. 

Hashira Quixtán Rojas tiene nueve años, vestido largo, calzado deportivo y el pelo recogido en una cola.

Hoy hace una presentación con la atleta Nataly Pac Coti. Pac Coti es una mujer de 34, que viste indumentaria maya de la región k’iche’ de Quetzaltenango: un corte azul oscuro y un huipil amarillo, morado y rojo. 

Hashira es parte del programa «Taekwondo por mí», que fundó su entrenadora, Nataly Pac, en 2021. Es un programa de defensa personal con un objetivo definido: ayudar a sobrevivientes de violencia.

El 25 de noviembre, el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer, la red se reunió en el centro comercial de Quetzaltenango para demostrar cómo patean, cómo parten tablas con los puños y con los pies, cómo gritan. Para demostrar su fuerza. 

Para defenderse y defender a otras  

La caricatura favorita de Hashira es Bugs Bunny, estudia tercero primaria y además del taekwondo le gusta la natación. Empezó en Taekwondo por mí con seis años y en 2022 entró en la selección departamental. En 2023 ganó una medalla de tercer lugar en los juegos nacionales. 

Hashira empezó a ir a clases con Nataly Pac por un motivo: «No me gusta que golpeen a personas que no pueden defenderse», dice. A veces, los niños empujan a las niñas o se burlan de ellas. «Cada vez que puedo, los defiendo y me defiendo», añade orgullosa.

En las clases de taekwondo aprendió que no puede usar su fuerza para dañar a otras personas solo por molestar. Si practica las técnicas que aprendió debe ser para defenderse o defender a otras personas. Así se lo enseñó su entrenadora.  

«Hay muchas personas que se han muerto porque las golpean y yo me siento muy mal con eso, entonces me metí a este deporte”, dice Hashira. Cuenta que su fuerza la tiene principalmente en las piernas y cuando patea siente que se desahoga.

Transformar el dolor con taekwondo

Durante el evento, Nataly Pac, la entrenadora, tuvo dos presentaciones. Una la hizo descalza, con el corte y huipil maya. La otra con un vestido rojo y tacones. Ambas vestimentas no le impidieron patear y partir tablas. 

«Es importante que sepamos que la ropa no determina la calidad de movimiento que vamos a hacer. Aunque portemos el traje típico podemos realizar toda la actividad de pateo y defensa personal sin que eso sea un impedimento. Así tengamos uñas largas, aretes, vestido, lo que tengamos, podemos realizarlo», resume.

Para entender por qué decidió empezar el programa de Taekwondo por mí, hay que entender su historia. 

Nataly creció con un padre alcohólico que ejerció violencia contra su madre y el resto de la familia. Cuando tenía seis años, un 6 de septiembre, fue víctima de violencia sexual por parte de su abuelo. La agresión le provocó problemas alimenticios en la adolescencia, dañó su autoestima y contribuyó a un estrés postraumático que le diagnosticaron años después. 

Al crecer, tuvo claras dos cosas: quería sanar lo que le había pasado y ayudar a otras mujeres a transformar su dolor. «Cada 6 de septiembre para mí era un día muy triste. Soñaba con lo que había pasado y amanecía muy mal, me ponía de mal humor. Por mucho tiempo tuve un bloqueo de lo que pasó porque fue tan duro y cruel que no pude con el dolor. Yo puedo entender a las víctimas de forma profesional y humana”, dice Nataly. 

A los 13 años empezó a entrenar taekwondo y a los 14 tuvo su primera competencia en los juegos nacionales. Desde entonces compitió en eventos nacionales e internacionales durante los 19 años siguientes. Inició en este deporte porque sus primos lo practicaban y la invitaron. Tenía sobrepeso y pensó que el deporte sería una buena idea, pero después de la primera vez que la golpearon, no regresó al entrenamiento hasta seis meses después. Entonces descubrió que le ayudaba a desahogar su dolor.  

Con 22 años, accedió a la Universidad Rafael Landívar, por una beca deportiva. Estudió trabajo social y completó su formación con una Maestría en Sexualidad, Género y Políticas Públicas en la Universidad de San Carlos de Guatemala. Ahora estudia su segunda maestría en intervención para víctimas de violencia de género. Las clases son en línea en una universidad de España. 

Además de entrenar taekwondo y dar clases de este deporte, practicar boxeo y crossfit, labora como trabajadora social en la organización El refugio de la niñez

En 2018, empezó a dar clases gratuitas de defensa personal para mujeres. No tenía un espacio físico para hacerlo, así que a veces utilizaba parques o canchas públicas de Xela. También la invitaban a otros municipios de la región. Le pagaban los viáticos para trasladarse.  

Tres años después, cuando hizo su tesis de maestría, le dio forma a un programa para ayudar a sobrevivientes de violencia. Así fue cómo nació Taekwondo por mí.

Taekwondo por mí utiliza una metodología de autodefensa feminista. Busca prevenir que las personas sean víctimas de violencia y rehabilitar a sobrevivientes de violencia. La mayoría son mujeres y niñas —algunas son madres e hijas—, aunque también llegan hombres jóvenes. En 2023 reunió a 32 participantes; 29 mujeres y 3 hombres. 

Las clases son gratuitas. La Federación Nacional de Taekwondo de Guatemala adoptó el proyecto en 2021: le dio un espacio físico en Quetzaltenango. Está en el Centro Intercultural, es el mismo lugar en donde los atletas federados entrenan de lunes a viernes. Ellas lo usan los sábados. Es un salón de paredes blancas y techo de lámina. No tiene luz eléctrica, así que aprovechan la luz del sol para entrenar. En el centro está el área para practicar. El piso está cubierto por colchonetas de de distintos colores. 

***

El 25 de noviembre, durante la presentación, cuando Nataly patea para partir una tabla, el vestido rojo que lleva puesto  se levanta y se puede ver el tatuaje que tiene en la pierna derecha. Es una guerrera con una flor. La guerrera está sangrando. Dice que se lo hizo porque, para ella, cada combate en el taekwondo fue un renacer. 

«No se sabe si la pelea de la guerrera es ganada o perdida, pero significa renacer, porque cada vez después de un combate tenía una idea diferente de cómo percibir las situaciones y las heridas. El dolor que no se transforma te vuelve su esclavo. Muchas mujeres viven eso, son esclavas del dolor de la violencia. Es justo que se sufra, vivir un hecho de violencia no es bonito pero, si el dolor no se transforma, se hereda y repercute en las hijas», dice Nataly. 

De sobrevivientes de violencia a atletas

Desde febrero de 2022, Claudia Girón, de 53 años, participa en el programa Taekwondo por mí. Lo hace con sus hijas Katherin Mishel, de 20, y Dana María Camila Rivera Girón, de 8. Claudia es sobreviviente de violencia doméstica. La agredía su pareja. Buscó ayuda legal y psicológica y la obtuvo en la Asociación Nuevos Horizontes, un centro de apoyo integral para mujeres sobrevivientes de violencia.

Ahí también la incorporaron a un programa de emprendedoras de la organización Care, una organización humanitaria. 

Es maestra de educación para el hogar, pero durante la pandemia de COVID-19 perdió su  trabajo, así que decidió abrir un emprendimiento. En el programa en el que participó le enseñaron a crear artesanías con papel periódico enrollado. Hace y vende adornos y cestas. También prepara comida y hace ropa. Así es como busca la forma de sostener a sus hijas. 

Las tres llegaron al programa por la invitación de una compañera. Casi dos años después, aquí sigue. Lo hace por cuatro motivos: el primero, la salud, ya que padece de presión alta y el ejercicio la ayuda a controlarse sin medicamentos. Dos, para tener autocontrol y no ser violenta. 

El tercer motivo es para que sus hijas aprendan a defenderse y el último porque la hace sentirse joven, dice. Aunque le cuesta dar patadas, poco a poco ve avances.  

«Mis niñas tienen que empoderarse, aprender a defenderse. Hay mucha violencia y es importante que nosotras aprendamos a estar en estos espacios de violencia y saber qué hacer. Si la cabeza de la familia está bien, las demás van a estar bien y por lo mismo yo quiero estar bien», explica Claudia. 

Mientras Claudia conversa con Ocote, sus hijas están a la par. Sonríen al escuchar a su mamá. Esperan que una amiga las encamine a casa en carro. Pero antes, también quieren hablar. 

Katherin estudia psicología y tiene un emprendimiento de bisutería. Hace collares, aretes y pulseras. «Cuando vamos a bazares con mi mamá, las dos ponemos nuestro espacio, cada una en una mesa y vamos vendiendo», cuenta.  

Cuando Katherin llegó al programa tenía ansiedad y estaba muy decaída, nada la hacía sentir bien. Cuando empezó a entrenar esto cambió.  

«Me ha ayudado bastante, no solo en el hecho de que me puedo defender, sino también en la vida diaria. Cuando voy a hacer una tarea muy complicada y estoy en modo “no puedo, no puedo”, siento que me voy a rendir, pero recuerdo lo que pude hacer en el entreno. Agarro fuerza y logro las cosas», expone Katherin. 

Para la joven, compartir en los entrenos con mujeres de diferentes edades es divertido porque cada una tiene una forma distinta de pensar. 

«Ayuda a que uno pueda socializar de otra forma y se formen lazos o amistades. Cuando hay participaciones es algo muy bonito hacerle porras a las demás o que le hagan a uno las porras; poder apoyarnos mutuamente», se emociona. 

Dana María Camila está en medio de su mamá y su hermana. Cuando terminan, pide su turno. Claudia sonríe y cuenta que aceptaron la entrevista porque la niña las convenció. 

Dana es delgada, flexible y conversa con mucha seguridad. Durante la presentación quebró una tabla que golpeó con su pie derecho. No lo logró a la primera, pero eso tampoco la desilusionó. Miró fijamente a la tabla  y lo intentó de nuevo. Lo logró. Bajó del escenario contenta y explicando que había aprendido cómo hacerlo para que la próxima vez lo logre a la primera.

Cuenta que el taekwondo la ayudó a poner un alto al bullying que le hacían en la escuela y también a aprender sobre las diferentes formas de violencias que hay contra las mujeres.  «Violencia física, sexual… psicológica», recuerda. «Son un montón, no puedo decirlas todas».

Aumentó la seguridad en sí misma  

Adriana Raquel Sánchez es una adolescente de 15 años. Inició en Taekwondo por mí junto a dos amigas, que por trabajo y falta de apoyo familiar no pudieron seguir en el programa. 

Cuando empezó a entrenar, miraba videos de mujeres que rompían tablas. Soñaba con hacerlo ella también y el 25 de noviembre lo logró. Con orgullo levanta su mano derecha, la empuña y muestra que los nudillos de dos de sus dedos tienen sangre. «No fue fácil, pero estoy feliz de haberlo hecho», expresa, satisfecha.   

«Puedo decir que antes era una persona muy delicada. Si me pasaba algo, me quejaba mucho. Ahora me caigo, me levanto y sonrío. Porque seño Naty —la entrenadora— nos enseñó que el dolor siempre será mental, mientras nosotros lo manejamos. Eso ha cambiado demasiadas cosas en mí, porque cualquier ofensa ya no me afecta, siento que soy fuerte mental y físicamente», dice Adriana. 

El próximo año iniciará diversificado y espera con emoción la universidad porque estudiará ciencias políticas.

Entre madre e hijas

Heydi Analy Cortez, de 34 años, entrena junto a sus hijas Melani y Hilally Cortez, gemelas de 13 años. Conoció sobre el programa en un medio de comunicación local, donde vio una entrevista que le hicieron a la entrenadora Nataly. Tomó nota de la información y fue una vez para conocer más y observar lo que hacían. 

Al siguiente regresó. Ya no iba sola, llegó con sus dos hijas. 

«Mis nenas van y vienen solas de la escuela, eso me motivó para que ellas se puedan defender en caso de que les ocurra algo o que alguien se las quiera llevar. Aparte a mí me gusta este deporte, es una oportunidad para poder practicar», dice Heydi. 

Heydi lo hace para que las adolescentes sean independientes y tengan libertad. Después, en casa, platican sobre lo que les gustó y el dolor físico que les deja cada entreno. 

«Yo me sentía algo débil y pensaba que no podía hacerlo, me quité el tabú de que el karate o la defensa personal solo es para hombres, como me han formado. He podido hacer más cosas que antes tenía limitadas mentalmente porque físicamente sí las puedo hacer», asegura Heydi. 

Control y dominio propio

Luego de una mala experiencia en un asalto, Lilia Carranza Ovalle, una mujer de 46 años, supo del programa por una amiga que le contó y la invitó. 

Este 25 de noviembre, para la presentación, mira fijamente al público, empuña las manos y hace los movimientos junto a las demás. Tiene el pelo corto, sus cejas marcadas, ojos grandes y boca pequeña.  

«Me gusta mucho está disciplina porque me enseña cómo defenderme y a tener unos movimientos estrategas para llegar a mi objetivo. Me ha cambiado la vida porque ahora tengo control y dominio propio», dice Lilia. 

Cuando empezó en los entrenamientos le costaba hacer lagartijas y abdominales. Ahora seis  meses  después, las domina mucho mejor.   

«Es importante la autoestima que pueda tenerse una misma, porque a veces por la violencia que se lleva dentro del hogar nos minimizan y nos dicen: “Usted no puede”. Pues lo tenemos que romper y decir: “Nosotras sí podemos”. Con la defensa personal va cambiando la forma de pensar porque cuando uno es víctima, se victimiza, se agacha, se pone en posición fetal, ya no puede hacer nada. En cambio, con esta disciplina uno cambia, descubre cómo pararse y defenderse», dice Lilia.

***

Las mujeres pueden dejar el programa cuando se sienten fuertes y seguras de sí mismas. Varias han empezado a estudiar en la universidad, comenzaron a ir al gimnasio, a clases de arte, o buscaron un trabajo, algo que habían dejado en pausa por la violencia.

«Del dolor puede surgir un libro, un poema, una canción y, en el deporte, mujeres fuertes que no se dan por vencidas tan fácil. No se trata solo de aprender a golpear, es trabajar la autosanación y la autodefensa, aprender a identificar el peligro», dice Nataly. 

María José Longo Bautista

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