Luego que Hernán Cortés y Pedro de Alvarado recibieron regalos ostentosos de la población kaqchikel, el interés de Alvarado por la riqueza en las tierras de Iximché creció junto con …
Luego que Hernán Cortés y Pedro de Alvarado recibieron regalos ostentosos de la población kaqchikel, el interés de Alvarado por la riqueza en las tierras de Iximché creció junto con su ansia de “Atemorizar la tierra”. Es así que el 20 de febrero de 1524 la población k’iché se enfrenta por primera vez a los invasores españoles en una sangrienta batalla frente a las faldas del volcán Santa María.
“Atemorizar la tierra” era romper el hilo de la oralidad y el lenguaje, fundar el castigo de la discriminación. La población que fue víctima de este choque ha resistido durante siglos, pasó a ser objeto de diferentes formas de manipulación, azote, y fragmentación. En aquel mismo territorio, el Valle Palajunoj fue fundado entre 1801 y 1802, compuesto por 10 comunidades, entre las cuales se encuentra el cantón Llano del Pinal; una planicie, frente al volcán Santa María, donde habitan alrededor de 10,000 personas que viven entre pobreza y pobreza extrema. Actualmente en esta comunidad, el idioma k’iché ya solo es hablado por los abuelos -adultos sin escolaridad- y algunos jóvenes interesados en reconocerla como propia y que han desandado su camino para nombrar con las palabras de su lengua madre.
Las poblaciones del altiplano del país han sido víctimas constantes del despojo, sin embargo una de las formas de resistencia de las poblaciones k’iché en Palajunoj ha sido mantener su misma configuración de asentamiento en el Valle. Es una población que ha sobrevivido de sus minifundios, ya sea sembrándolos o rentándolos, aunque en el sistema agrícola no figuran como propietarios por lo pequeño de sus terrenos.
Gran parte de la economía del Valle se basa en la producción de hortalizas y flores, sin embargo con la revolución verde, la industrialización y mercantilización del sistema alimentario, la forma en que los abuelos sembraban maíz, ayote y frijol cambió, y se adoptaron -al igual que en otros lugares- prácticas de pequeño monocultivo. Esto altera la forma en que la población constituye su dieta, cada vez más invadida por productos procesados que llegan con la liberación comercial.
Estos cambios comerciales y precariedades económicas, dañan los comportamientos alimentarios y alteran la salud individual y colectiva. Las mineras y el basurero contaminan las fuentes de agua con metales pesados (plomo), agroquímicos y otros tóxicos, provocando deforestación, destrucción del paisaje, invasión de espacios sagrados y afectando la prosperidad y la salud de las familias locales.
Como consecuencia, el nivel de desnutrición crónica es muy alto en menores de cinco años, la cual afecta directamente el desarrollo neurológico y provoca enfermedades crónicas en la edad adulta, tales como diabetes, hipertensión, obesidad; además consolida el círculo de pobreza que obliga a la migración masiva, en la que se trata de escapar de esa realidad donde la aporofobia, y el racismo se institucionalizan (Alvarado, 2017).
Sin embargo la vida ha persistido, y se regenera constantemente. De eso somos testigos en 32 Volcanes, una asociación de colaboración con sede en Quetzaltenango que busca la justicia social y ambiental que se basa en modelos de desarrollo regenerativo, y que lo hace a partir de cinco ejes principales: salud regenerativa, bioregeneración, educación, soberanía alimentaria, economía. Estos ejes se sostienen en una línea base constituida por la memoria, la identidad, la cultura, y el acceso al arte.
Con casi tres décadas de experiencia, los programas han ido especializándose en la búsqueda de atender los puntos neurálgicos que afectan el desarrollo y el bienestar de la población del Valle Palajunoj -al igual que otras comunidades del área mam y kaqchiquel-. Es así que se ha trabajado con programas de nutrición y apoyo familiar para niños y niñas menores de tres años, se mantiene el cuidado y la formación de los niños del Valle en el Centro de Apoyo Familiar, y se mantiene el programa de becas escolares en todos los niveles académicos hasta lograr el objetivo: dignidad y felicidad.
Con el paso del tiempo se ha logrado regenerar una parte de la población, pues esos niños que una vez sembraron alimentos en el centro de apoyo familiar, que contaron y escucharon historias de Tecún Umán, y recordaron el idioma de sus abuelos k’iche, son ahora los líderes que encabezan cada uno de los ejes de 32 Volcanes. Hemos trabajado para que el silencio no esconda la memoria de ese doloroso choque que dio origen a muchos problemas pero también a la más potente de las resistencias.
Con la crisis COVID-19, una pandemia no solo física y virulenta sino también de pánico colectivo y parálisis económica mundial, se deja a poblaciones como el Llano del Pinal -que históricamente han sido ignoradas- en una desventaja aún mayor. Pero a pesar de ello vemos a las personas cuestionar el sistema que ha agravado la condición social previa que se padece en Guatemala y que en medio de la crisis llega a niveles aún más trágicos.
Sin embargo la reafirmación cultural y de la identidad que se ha trabajado comunitariamente marca la diferencia, se empiezan a ver los efectos en la comprensión de la necesidad de cambios paradigmáticos del sistema económico que escapen de los modelos coloniales.
Esta no es la primera crisis, pero que al parecer la madre tierra tenía que comprometer a las corporaciones acumuladoras de poder para que el problema financiero dejara de ser un problema de pobres. Vemos al Llano del Pinal como una población que se fortalece y lidera programas de regeneración de suelos, sistemas alimentarios, educación. Ante una crisis agravada, estas son las respuestas sustentables que harán soportables las crisis venideras a las que se enfrentará, no solo nuestro país, sino el planeta entero.
El trabajo de décadas al cuidado de los más pequeños habitantes del Valle, y de su desarrollo integral dentro de sus familias ha formado líderes como Santos Istazuy del Llano del Pinal, o Yolanda López de Chuicavioc; ellos son los agentes catalizadores del cambio de paradigmas sistémicos, quienes reactivan dinámicas ancestrales regenerativas y que ven la respuesta en la comprensión de la humanidad y la tierra como un solo organismo vivo y abundante.
Vemos entonces, en medio de la crisis COVID-19, que vamos caminando de regreso, recobrando la memoria de la tierra que fue atemorizada y en la que inició la destrucción hace más de 500 años y que de cualquier forma no ha podido evitar el brote de la vida. Vamos caminando de regreso a Paxil y Cayalá, esa tierra abundante en alimentos, energía y sanación para nuestro cuerpo individual y colectivo; una comunidad que renace y se construye a partir de sus dolores y de sus preguntas.
Referencias
Abreu Gómez, E. (2004). Popol Vuh. Distrito Federal: FCE – Fondo de Cultura Económica.
Alvarado, M. (2017). Practicas de racismo en el Valle Palajunoj, Un Análisis de la Época de la Invasión Española y la Época Actual. (Post Graduate). San Carlos de Guatemala.
Lovell, W., Lutz, C., & Kramer, W. (2016). Atemorizar la tierra (1st ed., pp. 25-41). Guatemala: F&G Editores.
Carmen Benítez, médica guatemalteca, co-fundadora y co-creadora de 32 Volcanes e Integrity.earth, Lead ambassador de SEEDS, y directora de programas de salud para Timmy Global Health.
Las opiniones emitidas en este espacio son responsabilidad de sus autores y no necesariamente representan los criterios editoriales de Agencia Ocote. Las colaboraciones son a pedido del medio sin que su publicación implique una relación laboral con nosotros.
