En el espejo
Del género y los descubrimientos de infancia
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La mujer frente al espejo se busca, se interroga a sí misma, se busca y busca las respuestas, se encuentra. “En el espejo” es un proyecto ensayístico de Agencia Ocote, en donde buscamos que las autoras se cuestionen a sí mismas, reflexionen sobre vivir en donde vive, en la región, sobre crecer en la familia y contexto en el que viven, haciendo lo que hacen. Y que en ese mirarse al espejo, otras tantas personas, se vean reflejadas a sí mismas; y mujeres y hombres hallen en esta reflexión íntima y profunda, voces que hablan de este tiempo, de este espacio y de la humanidad. Numa Dávila, estudiante de antropología, poeta y parte del proyecto artístico-académico Queerpoéticas, estrena “En el espejo”.


Ser entendida, una cuestión transhistórica e intergeneracional

¿Usted cree que la dificultad de entenderla es sólo de algunas camadas de nuestro tiempo
y que con las nuevas generaciones usted será entendida de inmediato?

Esta pregunta se le hacía a la escritora ucraniana-brasileña Clarice Lispector en una entrevista en 1977. Por alguna razón, no he podido dejar de pensar en ella y en la sensación de complicidad que me causa. Por ello, decidí empezar este escrito con esta idea.

De entrada podría afirmar un sí a la interrogante, pero más allá de encontrarle respuesta, me cautiva la idea de reflexionar en torno al ser entendida, como una suerte de diálogo intergeneracional, que puede manifestarse también a través de preguntas transhistóricas que brotan como elementos de percepción subjetivos en camadas pertenecientes a distintas generaciones, pero que excavan la duda con una similar urgencia, ya sea por saber, o por simplemente arrojar las interrogantes fuera de sí, con cierta fe hereditaria de objetividad, como poniendo distancia para darles orden, estudiarlas y quizá entenderlas.

Nací en 1992, finalizando un siglo –como muchos otros- transitorio, heredero de largas tradiciones, con amplías preguntas sobre el cuerpo, las identidades, la sexualidad, el género, la humanidad y la materia. Sin embargo, esa suerte de diálogos intergeneracionales me suceden por ejemplo, recientemente con Clarice Lispector nacida en 1920, en cuyas palabras encuentro preguntas, similares a las mías, imágenes, historias, conceptos, experiencias, unidades poéticas, percepciones.

Desde ese diálogo transhistórico es que deseo empezar a narrarme y, a partir del mar de conceptos que me resuenan profundo en la obra de Lispector, rescataré la idea de descubrimientos de la infancia (La pasión según G.H) como unidad poética que se vincula con mi historia sexual y de género, pero también por su fuerza como fuente primaria de conocimiento e información, preguntas que nos revelan cuestionamientos sistémicos, con una potencia política y simbólica espontánea que nos dice algo sobre cómo vamos percibiendo la dimensión estructural de las relaciones sociales y que, aunque en la niñez muchas de esas percepciones no se desarrollan a manera ordenada, ni son legítimas (Shulamith Firestone, feminista radical que en un capítulo de su libro Dialéctica del Sexo, plantea la infancia como una construcción de la modernidad.

Autorretrato. (Numa Dávila)

¿Qué es ser hombre y ser mujer?

¿Qué soy?

¿Solo existen esos dos?

Estas fueron algunas de mis primeras dudas y preguntas formales cuando tenía alrededor de cinco años, y para el momento, pensar algo más allá eran ideas inconcebibles a las que solo quedaba el sentido de resignación. Aunque parecen preguntas personales y subjetivas, con los años he descubierto que fueron preguntas políticas y transhistóricas que hoy, veinte y tantos años después, con las transformaciones de un mundo globalizado y el trabajo pionero de muchas pensadoras, particularmente feministas y lesbianas, son cuestionamientos centrales en torno al género, el cuerpo, la sexualidad y las identidades.
Aunque en el momento en el que emergen algunas percepciones y preguntas, éstas pueden no ser entendidas por las generaciones inmediatas, al fin y al cabo de la historia encuentran agentes de diálogo intergeneracional, puesto que, mientras unas generaciones mueren, otras nacen, y las percepciones y preguntas se heredan, entrelazando una especie de mapa de la manada, que persigue la pregunta.

La experiencia vivida: el género como descubrimiento de infancia

Según la filósofa transfeminista mexicana Sayak Valencia, la forma de argumentar tiene que ver con el conocimiento situado, en el caso de las mujeres siempre pasa por una reflexión de un cuerpo, de una experiencia vivida, por tanto se trata de una filosofía encarnada.

La idea de filosofía encarnada es una idea que me parece importante recuperar, puesto que evidencia límites y posibilidades epistémicas y transgrede el mito de la objetividad dando cabida a la experiencia subjetiva del sujeto como instrumento de conocimiento.

Los grandes embates filosóficos sobre la realidad; entre relativismo, constructivismo y la amplia gama de teorías posmodernas han abierto caminos a pensar las identidades, los significados y la materialidad más allá de lógicas esencialistas y determinismos biológicos que asignan un significado único e inamovible a lo que potencialmente es múltiple y cambiable, como lo es la experiencia humana.

A partir de estos elementos de contexto que sin duda desembocan en las percepciones y subjetividades de mi generación, vuelvo a mis preguntas formuladas a los cinco años y a la sensación de resignación. Con ella aprendí a vivir –como muchas de las personas que no encajamos bajo los perfiles normativos– a interpretar la realidad desde ese pensamiento único, clasificado en un código binario y dicotómico con el que se pretende experimentar y representar la experiencia múltiple de la vida.

Como apunta el sociólogo trans, Miquel Missé, en la infancia hay muchos momentos en los que, mientras están aprendiendo que el mundo es binario, hay mucha fluidez y yo creo que la fluidez hay que cultivarla.
Ese cultivar lamentablemente en mi niñez era cuestión imposible. En vez de eso, los refuerzos de género pero también las batallas fueron procesos continuos. Por ejemplo, el vestido de encaje rosado que tanto fue mi pesadilla mientras yo deseaba usar el traje con corbata que era de mi hermano, los tantos botes de espuma de afeitar desperdiciados porque desde niña deseaba tener barba. Cuando me gritaron marimacha en el patio del colegio por tener carácter fuerte y defenderme, o la vez en que decidí usar zapatos con un pico de tacón a mis 9 años y fui acosada por un hombre mayor en un supermercado.

Todas estas experiencias, sin duda, marcaron mi vida y mi percepción en cuanto al género, y, me han hecho cuestionarme si la renuncia al modelo de feminidad imperante tiene algo que ver con el acto de protegerme del acoso y la violencia, o si mis gustos hacia lo que es considerado masculino es porque en el fondo deseo ser un hombre transexual. Todas estas preguntas me parece reflejan la paranoia de género a la que se nos somete a través de los mecanismos de vigilancia y control que supervisa que no te salgas del margen o que dictan que tenés que identificarte con X o Y, para cobrar existencia social.

Fotograma del videoperformance “Trans/des/figu/raciones” del 2015.

Sin embargo, desde muy joven, y como una comprobación empírica de los matices de la experiencia humana, hubo etapas de fuga, de experimentación que empezaron por mi orientación sexual lésbica, atravesaron con una suerte de conciencia mis prácticas sexuales, y se anudaron en un complejo entrecruce entre identidades y estéticas de género, que inevitablemente me han vuelto a conducir a las mismas preguntas de mi infancia, una y otra vez.

En este recorrido me he preguntado qué es ser mujer, cuáles son sus implicaciones, sus límites y posibilidades. Qué es lo femenino y qué es lo masculino, qué relaciones de poder ejerce, cómo aprendí a clasificarlo, a identificarlo en todo lo que me rodea y a sentirlo en el cuerpo. Y en consecuencia de lo anterior, cómo me siento yo al respecto de estas identidades, si éstas son vehículos que me permiten explorar mis deseos más profundos, si estas estéticas me dan la plena satisfacción de representarme en el mundo.

Estas travesías dubitativas –con las facilidades tecnológicas correspondientes a la era de la información- trazan constantemente líneas transhistóricas con diversxs cómplices de la pregunta, desde diálogos interdisciplinarios entre las artes, la historia, la filosofía, las ciencias sociales y el feminismo, heredando un cúmulo de reflexiones que nos sitúan en otro trecho del camino.

En la actualidad –y a partir de importantes reflexiones en torno al cuerpo y al género, como la propuesta por Simone de Beavoir en tanto que no se nace mujer se llega a serlo, Monique Wittiq con el que las lesbianas no somos mujeres o Judith Butler con la cuestión del género como acto performativo– comienza a pensarse la posibilidad de múltiples categorías de género más allá del ser hombre y mujer, que, independientemente de la crítica al divisionismo y parcelación de las identidades posmodernas, desde mi experiencia vivencial, resultan importantes como ejercicios enunciadores, que parten de la experiencia vivida y por tanto, de las relaciones sociales.

Asimismo, con el emerger de estudios post, anti y des-coloniales, los estudios en género y sexualidad han sobrepasado la unicidad del campo, ahora en intersección con otras variables como la pertenencia étnica y/o identidad de pueblos, que plantean indagar, conocer y recuperar prácticas y concepciones ancestrales en cuanto al cuerpo, el género y la sexualidad, como posturas políticas de frente a descolonizar nuestro sentí-pensar y nuestra mirada.

Algunos estudios contemporáneos han visibilizado que en diversas culturas y poblaciones indígenas ancestrales, la forma de conocer el género traspasaba la idea binaria y normativa del ser hombre y ser mujer, y se concebían múltiples variantes, que además, cumplían funciones sociales y espirituales al interior de las comunidades. Estas nociones sin duda, alimentan el sentido político de la reflexión en torno al género hoy.

La idea del género no binario, el inconforme de género o género fluido a pesar de ser categorías que surgen en un contexto globalizado, son categorías que cobran existencia en el momento en que las personas se identifican, se nombran y abren o recuperan una dimensión epistemológica que seguramente seguirá en una constante reformulación.

Estas “nuevas” identidades corresponden de cierto modo a mis descubrimientos de infancia, y me conducen a pensar en que pertenezco a una generación que, como muchas otras, materializa los debates y discursos, en mi caso en torno al cuestionamiento del género como ficción identitaria y del cuerpo como un campo de significados culturales que responde a la forma en que por siglos ha sido ordenada la estructura social y a su vez, nuestra forma de conocer y ordenar el mundo.

La voluntad de saber o la urgencia corpórea por explorar otras formas posibles de habitar el mundo, el cuerpo y las identidades con conciencia de la relación entre lo personal y lo político, para mí, pasa entonces por un ejercicio de memoria de la pregunta-percepción que parece emerger de lo desconocido, para dar cuerpo histórico a las existencias que por siglos han transgredido la norma y girado la tuerca de la creatividad vital, por un ejercicio de autodeterminación que permite la movilidad de la experiencia humana, en consonancia con las formas de concebir la realidad fuera de las lógicas colonialistas, dicotómicas y normativas de género.

“Mi cuerpo es como la Ciudad del Sol, no tiene un lugar pero de él salen e irradian todos los lugares posibles, reales o utópicos”, M. Foucault, El cuerpo útopico.

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