Yo, macho
El micrománager
Por:

La masculinidad es sí, una manera de interactuar con la realidad en términos sociales, simbólicos, sensibles, e históricos. A esta altura del siglo XXI, gracias al esfuerzo de muchísimas mujeres, las identidades de género se han convertido en respuesta política, en actitud analítica y en una ruta de transformación social. Sin embargo desde la masculinidad hay aún mucho que discutir. En “Yo, macho” construimos un espacio donde podamos generar un registro, un contenedor de visiones, una máquina de relatos y testimonios que traiga luces a un espacio oscurecido por la historia y por un sistema diseñado para que sea así. En este capítulo, el escritor, realizador de cómics, crítico de cine y veterano de la Gran Guerra de Silbadores de San José Las Rosas, Danilo Lara alias “Canchinflín Hero”, reflexiona sobre el ser hombre en la región.


En el 2005 mi micrománager operaba en su nivel más óptimo. Esto garantizaba que yo me mantuviera siendo un varón, si bien no ejemplar, por lo menos adecuado. Yo era, además, alguien profundamente solo.

A veces, antes de entrar a mi trabajo de turno vespertino, almorzaba en el centro comercial de enfrente, y si me quedaba tiempo aprovechaba a vitrinear un poco. Así fue como vi a Keli, atendiendo un kiosko de TV Offer en el ala más desolada del mall. Caminé a contemplar las arroceras y mientras ella me preguntaba que si buscaba algo en especial pude fijarme, con enorme agrado, en su peinado de cola alta, su maquillaje de ojo de gato y la forma redonda de su cara. “Cara como de alguien más gorda de lo que en realidad es”, pensé en su momento. “Está buena, ¿verdad?”, sugirió el micrománager.

Mi micrománager era espontáneo, asertivo y algo patancito. Pero no todos los micrománagers son así. A uno de varón el micrománager se lo instalan desde muy nene y con el tiempo se va actualizando, o más bien, uno va personalizándolo con una skin distinta según tus referentes y el momento que estés atravesando en tu vida. El primer micrománager, por supuesto, puede ser tu papá, pero eso no siempre es así. No tenés que querer ni te tiene que caer bien y ni siquiera tenés que conocer a la persona real que proyectás al configurar tu micrománager. Jefes, hermanos mayores, celebridades, un personaje ficticio de la tele, el cuarentón que es proveedor de artículos de oficina y llega los viernes a donde trabajás y te dice “campeón, echame la mano con unas resmas de hojas que traigo en el carro” y mientras caminan a su camioneta te cuenta del triatlón y de su casa en Izabal que está remodelando y luego te pregunta por “la chavita de pelito algo corto” que es compañera tuya, así que vos le decís que se llama Vero y entonces te comenta “Decile a Vero que no sea tan seria, hombre, que haber cuándo me regala aunque sea una sonrisita, que yo no muerdo”, lo cual hace que vos te riás con él y más tarde le trasladés su recado a Vero. También puede ser, por ejemplo, tu mejor amigo, y a su vez ser vos el micrománager de él en lo que se conoce como un circuito cerrado de micromanaging. A fin de cuentas, lo importante es que la app del micrománager corra con los protocolos operativos de fábrica, que son los protocolos de Masculinidad Inc. y que permiten ejecutar con éxito los intereses de Masculinidad Inc. El mío, recuerdo, estaba moldeado a partir de un compañero de la U con amplia trayectoria de “chimonazo” pero además, ya que la plataforma te lo permite, mejorado con otros componentes: el estoicismo de Blade el cazador de vampiros interpretado por Wesley Snipes, la sofisticación del amante francés de Diane Lane en el film Infidelidad y los lentes chileros de Blade el cazador de vampiros interpretado por Wesley Snipes.

Le consulté a Keli sobre algunos extractores de jugos y acerca de unas parrilas eléctricas con la particularidad de no sacar humo. Ella se portó amabilísima. Respondía a todas las pendejadas que le preguntaba y para lo que no tenía una respuesta simplemente me decía “Allí sí no sabría decirle, si gusta puedo llamar a la central. ¿Desea que llame a la central?” y yo le contestaba que no — porque la verdad era que no tenía intención de comprar nada —. Conversar sobre qué tan eficiente sería adquirir el Energym 12 en 1 fue el catalizador que nos permitió llevar la charla a un plano más personal. Minutos después Keli me explicaba que, aunque la chamba “estaba bien”, lamentaba que el tener que pasar sentada todo el día en aquel kiosquito, en vez de salir a jugar básquet por las tardes como solía hacer antes, cuando no tenía trabajo y permanecía en El Cerinal, Santa Rosa, seguro la iba a engordar.

Al día siguiente pasé de nuevo saludando a Keli, esta vez con un poco más de tiempo. Hablamos de los cursos que me faltaban en la U, de lo muerto que estaba el comercial por las mañanas — y cómo eso le permitía a ella desayunar un sándwich, maquillarse y secarse el pelo —, de que si ya había ido a ver El exorcismo de Emily Rose, de que a ella le llamaba la atención estudiar administración de empresas, de que Fundamentos del Diseño 3 ya me tenía para pijazos y de que hacía un par de horas una señora le había gritado muy feo, al punto de casi hacerla llorar, porque su rodillo vibratorio relajante de músculos se descompuso a la quinta usada. Me despedí de Keli sintiéndome feliz.

Por la tarde en mi trabajo — era asesor de enmarcado de obras en una galería de arte — pensaba en Keli, en qué libro podía llevarle para que no se aburriera tanto. Reflexionaba que, ya que le gustaba el básquet y también la administración de empresas, tal vez podría conseguirle un libro de Phil Jackson o algún otro entrenador exitoso en el que cuente cómo administró un equipo campeón. Y en esas andaba cuando se manifestó mi micrománager y a continuación me dijo “Está chulita la güisita, cerote… pues, para ser chava categoría B, porque, ¿sí notás que es categoría B, verdad?” — Lo que pasa es que, parte de los protocolos de Masculinidad Inc., los cuales se encarga de reforzar el micrománager, es que hay distintas categorías de mujeres y que todo tu acercamiento a una mujer depende de entender a qué categoría pertenece — “Es fácil confundir una B con una A”, me recordó. “Pero no te ahuevés, para eso estoy acá”. El físico de una chica, por supuesto, es un determinante clave para la categorización. Pero también está, por ejemplo: su pasado, su edad; cuántas parejas ha tenido, y con cuántas de ellas ha cogido; o la opinión que otras personas, y otros hombres con otros micrománagers tienen de ella. A Keli específicamente, lo que la distanciaba de entrar en una categoría A era su contexto rural, su acento también “rural” y el tipo de trabajo que desempeñaba… “Es una muquita. Pero está rica”, me lo resumió mi micrománager. “Yo sé jeje”, le respondí. “Pero de repente suelta algo, e igual yo me la estoy tomando al suave y el comercial está acá nomás, entonces no me quita nada casaquear con un culito antes de venir a trabajar jeje”. “Va”, me dijo el micrománager, sin gesticular.

Le llevé un libro a Keli. Era uno que acababa de leer, uno de esos montones de derivados del Código Da Vinci que germinaron de manera abundante esperando replicar su éxito. Se llamaba algo como Los Templarios y la llave Fibonacci. Ella se puso contenta. Me contó que le estaba dando gripe por lo de salir de madrugada sin secarse el pelo, que en el básquet era buena tirando de tres y que de veras ya sentía los rollitos formándosele por estarse allí “zampada” tantas horas. A esto último, yo le sugerí que extrayera una de las fajas Comfy Slim, la usara todo el turno y antes de irse la regresara a su respectiva caja. Nos reímos y después salí corriendo porque ya iba tarde a la galería.

En cuanto estuve instalado en mi banquito llenando órdenes de enmarcado, me visitó  otra vez el micrománager. “Puta, maestro, lo felicito”, me dijo aplaudiendo. “Ya vi lo que estás haciendo. Siendo fino con la chica, mostrando interés. Actuando como si la vieras de categoría A porque, a huevos, ningún culito quiere sentirse que la ven como categoría B. Aunque sean categoría B. Una movida clásica. Ahí vas, cerote. Esa fémina ya cayó”. “Jeje, gracias”, le dije. “Ahí voy”.

Seguí yendo al kiosquito los siguientes días. Keli me confesó que estaba usando la faja reductora, algo preocupada, eso sí, de que fuera a llegar un supervisor y se le ocurriera revisar cabal ese producto. También estaba leyendo el libro y entonces discutíamos sobre las intrigas que vive el protagonista detective buscando la Llave Fibonacci mientras es perseguido por la secta moderna clandestina de las concubinas de Drácula, quienes pretenden desatar una segunda peste bubónica en el mundo. Le conté que ya habían publicado la secuela, así que quedamos en que, en cuanto ella terminara ese primero, íbamos a comprarnos cada uno un ejemplar del segundo para leerlo y comentarlo en simultáneo. Pasaba casi dos horas con Keli. A veces llegaban señoras a preguntar por el Hurricane Spin Mop, un trapeador con sistema de centrifugado, por lo que Keli debía hacerles una demostración de su funcionamiento, y cuando eso ocurría, yo me iba a dar una vuelta por el mall y regresaba con churros o heladitos. Ella, además, ya se sabía mis clases. “¿Ganaste tu examen de Procesos?”, me preguntaba. “¡Ay, enseñame cómo te quedó la tarea de Cromatología!”.

No supe del micrománager por algún tiempo y temía que él no estuviera complacido. Es decir, yo estaba feliz con lo que fuera que estuviera pasando con Keli, y ya no me sentía tan solo. Pero Masculinidad Inc. no se trata de estar feliz o de no estar solo. Se trata de ser un varón adecuado. En efecto, el micrománager se reveló ante mí, y lo hizo de manera espectacular. Fue una madrugada en la que yo intentaba dormir, aún mareado por el olor a Rubber Cement de mi tarea de Fundamentos. Se encendió la tele y apareció un anuncio de TV Offer. “¿Cansado de perder su tiempo con chavas, incluso chavas tipo B, que no le sueltan nunca nada?”, decía la voz histriónica del anuncio, acompañando una recreación del momento en el que yo visitaba a Keli llevándole el libro de los templarios. La escena era en blanco y negro y en cada toma mis expresiones eran lastimeras y mi postura encorvada. “¿Cansado de ser buena onda con ellas, sin obtener resultados?”, proseguía el narrador. “De que le vean la cara y lo agarren de maje”. Entonces el anuncio transicionaba a otra escena, también en blanco y negro: Keli acostada en un sillón de flores leyendo la novela en shorts, de pronto hacía su ingreso un varón fornido, sudado y de piel canela que vestía jeans rotos y una camiseta de básquet con la leyenda “Selección de Baloncesto de Aldea El Cerinal”. A continuación el varón le arrebataba el libro a Keli y al verlo comenzaba a reírse. “¿Harto de esmerarse en detalles, en ser sofisticado, en compartir cosas de su vida y escucharla a ella hablar de la suya, solo para acabar en la friendzone…?”, seguía el anuncio, exhibiendo cómo el basquetbolista cerinalense arrancaba las hojas de Los Templarios y a lave Fibonacci, un acto que a él lo hacía reír — los hacía reír a ambos, de hecho — y luego arrojaba los restos del libro por la ventana y procedía a montarse encima de Keli tomándola por la cintura y aplastando su carota en las chiches de ella. “…Mientras la chava hace el amor con el hijo del dueño de la segunda ferretería más grande de su aldea”, concluía la narración. Finalmente, se desvanecía el anuncio y de la pantalla en absoluta negrura surgía mi micrománager sosteniendo un artefacto de la marca TV Offer y dirigiéndose a mí, el espectador, decía “TE ESTOY OBSERVANDO, PEDACITO DE ANIMAL. ESTO ES LO QUE VOS NECESITÁS, UN CORRECTOR DE POSTURA. TE VA A SERVIR PARA PARARTE CON MÁS PROPIEDAD Y QUE LAS NENAS QUE TE DEBERÍAS HABER CHIMADO HACE RATO NO SE PONGAN A TRATARTE COMO AMIGO. VOS NO NECESITÁS AMIGAS. VOS NECESITÁS CHIMAR. CEROTE, ¿CUÁNTO TIEMPO LLEVÁS COTORREANDO PURA VIEJA CON ESTA BEIBI? YA AHORITA YA NO TE VE COMO HOMBRE, DEJAME DECIRTE. Y NO ME DES PAJA QUE YO HABITO EN TU INTERIOR Y ACABO DE ESCARBAR Y ENCONTRÉ UN VERGAZO DE SENTIMIENTOS E INTERÉS GENUINO POR SU BIENESTAR. TE PISASTE, MIJO. ¿VOS CREÉS QUE YO NO SÉ QUE, CUANDO LA MIRÁS, EN TU CABEZA DE TARADO SUENA «COLLIDE» DE HOWIE DAY CUANDO DEBERÍA SONAR UNA MIERDA VULGAR Y DE CHIMAZÓN COMO «PALETA, DAME PALETA» DE WISIN & YANDEL?”.

Al despertar me sentí enojado, con Keli.

¡Y decidí que ya no me iba agarrar más de maje! Me apegué a los protocolos de Masculinidad Inc. Ahora le soltaba periódicas miradas calentonas sin que fueran al caso, tan solo como clara declaración de intenciones. Ya no le hablaba más de mis cursos porque no quería… o sea, no debía, invertir mucho tiempo en platicar, sino más bien en coger, cogérmela. Un ejemplo de este nuevo modus operandi era que, cuando me mencionaba lo de sentirse gorda y “fodonga” por no hacer ejercicio o el asunto de la faja, yo procedía a ignorar esta charla orgánica y la redirigía a enfocarnos en su cuerpo per se. En mi opinión de su cuerpo. Cosas tipo “Yo pienso que no te falta ni te sobra nada. A mí me gustás justito así, fijate, ¿qué pensás? jeje”.  Y ella no contestaba nada, solo se reía un poco. Otra vez me contó que acababa de llegar al capítulo del libro en el que las concubinas de Drácula entran a un convento en Moldavia y masacran a todas las monjas. “Ay esa parte cómo me estremeció”, dijo. Y entonces yo le respondía “Mmm, hubiera querido verte estremecida jeje” pero así con voz bien cochina y lamentando el no ser tan aventado como para agregar “Siquiera yo fuera ese libro para estremecerte” y con ello hacer sentir a mi micrománager orgulloso.  Ya no le tenía paciencia a Keli. Cuando se ponía a demostrarle a las doñitas el funcionamiento del Hurricane Spin Mop, yo me iba. Pero ahora ya no volvía con churros y heladitos. Ahora me iba de una vez. “Que me extrañe la cerota”, pensaba. “Esa intriga de no saber si voy a regresar o no la va a mantener interesada. Esa onda cómo les llega a las chavas”. “Además”, continuaba, “así se apura a mostrar esa mierda de trapeador. Sospecho que por chingarme es que se tarda tanto”. Un día de esos, a propósito de nada, me dijo que tenía novio. “Es un chavo de El Cerinal”, me aseguró. Allí sí me sacó de onda. Así que cuando una pareja de un viejito y una viejita nos interrumpieron para preguntar por el tal trapeador mágico, yo me largué para siempre. Y después, cuando pasaba al comercial a almorzar, ya ni de chiste me cruzaba al área del fondo.

Traté de no generar sentimientos muy fuertes al respecto. Quiero decir, de no acceder a esos sentimientos. En cambio, fue útil centrarme en cómo iba a explicárselo al micrománager. “Vos sabés cómo es ese tipo de chavas, mano”, le dije finalmente. “Se buscan unos sus choleros cerotes y a veces hasta les llega que las traten mal. No saben apreciar”. “Nos hiciste perder el tiempo a todos”, concluyó el micro y luego se desvaneció, como siempre, con un rostro hermético que me hizo sentir todo el peso de su reprobación.

Epilogo.

Me habría gustado ofrecerles un final épico en el que yo derroto en encarnizada batalla virtual al avatar del micrománager. Pero la realidad es más bien anticlimática: la realidad es que con los años he ido desinstalando los componentes del micrománager, uno por uno, ayudado por cuates y cuatas avivadas que me tuvieron paciencia y fe.

Sí volví a ver a Keli. Fue hace tres años en un restaurante Subway. Entró con dos niñas y un esposo de pelo engelatinado. Todos traían ropa de que venían de correr la 21K. No me reconoció. Verla me hizo pensar en qué habría pasado con nosotros si yo no hubiera sido por aquellos tiempos un agente activo de la Masculinidad Inc. Tal vez nos habríamos enamorado. De repente no. De repente solo habría seguido llegando todos los días a que nos sintiéramos un par de horas más felices y menos solos, menos aburridos. Lamento que nunca descubrimos qué pasaba en el segundo libro de Los Templarios y la llave Fibonacci, en el que el detective y una monja convertida en vampira recorren juntos un mundo post-apocalíptico.

 

*Danilo Lara (1982) es escritor, realizador de cómics, crítico de cine y veterano de la Gran Guerra de Silbadores de San José Las Rosas en 1995 de donde adopta, décadas más tarde, el seudónimo de Canchinflín Hero. Además de una adaptación a novela gráfica del drama danzario Rabinal Achí, ha publicado columnas y narraciones en varios medios locales. Lo suyo, lo mero suyo, es la comedia. Le gusta creer que la noche en que a sus tiernos catorce fue atropellado por una ambulancia adquirió el poder de la ironía.

TE PUEDE INTERESAR

Subir
La realidad
de maneras diversas,
directo a tu buzón.

 

La realidad
de maneras diversas,
directo a tu buzón.