Pasa con la fotografía analógica que tiene un tiempo distinto. A lo mejor, ahora, en el siglo XXI, esa sea su mayor particularidad, el tiempo. Vemos una fotografía tomada en fílmico y, muchas veces, nuestra reacción inmediata es pensar de cuándo será. La textura, la porosidad, su memoria química se traduce en nuestra percepción como una especie de recuerdo, para quienes tenemos una relación en el pasado con este tipo de imágenes; o a lo mejor como pregunta tecnológica de “cómo le hiciste”, dado que muchos filtros buscan generar precisamente ese efecto. En fin, mi punto es que el rollo de donde salieron estas fotografías se tomó varias semanas en volver a mí hecho imagen, y aunque podría rastrear el día en que las tomé, prefiero dejarlo en una extraña certeza, como la de todos estos días, fueron tomadas en los primeros días de la cuarentena.

Siempre me ha parecido de alta belleza el hecho que el calendario agrícola maya tenga un pequeño mes de 5 días, el Wayeb, como un tiempo de preparación para el nuevo ciclo, 18 meses de 20 días y uno de 5 para prepararse, para cruzar. También he pensado que los hombres urbanos del trópico tenemos muy poca consciencia de los ciclos, no tenemos uno “sensible” en el cuerpo, no sembramos la tierra ni nos fijamos en la luna, avanzamos burdamente en el tiempo, solo está el cumpleaños y el año nuevo, y en ambos casos suele ser un momento de destanteo existencial y emocional, en parte, pienso, por esa ausencia de relación con los ciclos. La pandemia del coronavirus se terminó de volar el más elemental de los pactos del ciclo: qué día es hoy.

Caminar es un acto resistencia. En su sentido más esencial  es la victoria de la evolución sobre la fuerza de la gravedad, ir por ahí, erguidos pensando en el futuro, es, en principio, una garantía vital. Los ritmos de las ciudades lo han vuelto un acto meramente funcional, trasladarse de un lugar a otro. En la ciudad de Guatemala no, acá o se nace carro o si no naciste con ruedas, no sos para esta ciudad, caminar es ser invisibile. El que tengamos que llevar una mascarilla hace de esa sucesión de pasos algo distinto, claro está, caminar es respirar, y con esa mierda encima no es sencillo, pero es necesario. Caminamos de otra forma, además, porque la realidad ahora es un peso que tiene más tiempo para ser sentido, el encierro, a su manera, nos ha devuelto una consciencia perdida, el peso, y la gran mayoría de las personas en Latinoamérica tenemos mucho que contar sobre cómo pesa la realidad, aunque ahora toda la humanidad lo resienta, un costal lleno de desigualdad, de debilitamiento del Estado y, sí, de coronavirus.

Otros que se hicieron visibles fueron los viejos. Ese ente con olor a medicinas que anda por nuestras vidas justo en el lugar donde la mirada se mueve. No es que no existan, no es que no nos demos cuenta, en este caso en particular es que los evitamos de dos formas descaradas, una, la abierta indiferencia, seguir de largo; la otra, la abierta caridad “ay, pobrecita”. Y ambas generan su propio mecanismo, una estrategia para zafar. Por ahora a los viejos los cuidan los viejos, a la vejez no le construimos infraestructura, son cuerpos que dejaron de servir para producir, así es como nuestra sociedad los lee. Afortunadamente en la intimidad no es así, en muchos casos los vínculos culturales y familiares les resguardan, pero, decir las cosas como son, por el coronavirus les llamamos ahora vulnerables, y a nuestras viejas tienen largos, largos años de serlo.  

Al tiempo le pasó algo, de la física sabemos que el espacio-tiempo se curva, bien. Ahora el tiempo este, el que sentimos enrarecido tiene su origen en algo más cercano al rito que a su afectar la relación de las partes. Con frecuencia leemos sobre la “normalidad” y la amenaza de su no volver, los griegos miraban el tiempo como un río, los mayas lo miran como un hilo que se desenreda, ambas metáforas bellas, ¿cuál sería la metáfora para este tiempo?, ¿a qué se parece?, ¿”fluir” sigue siendo una palabra para pensarlo?, seguro si hacemos el zoom out, esto no es tan grave como se siente, somos la historia de nuestra resistencia y por lo tanto también la historia de nuestra tiranía. De volver, no lo sabemos, yo personalmente espero que no. Pero de encontrarnos seguro, nos seguiremos encontrando y hasta entonces, queda imaginar.